La Navidad se acercaba, no había mucho tiempo para terminar los regalos, tampoco dinero para comprarlos, así que ella durante semanas había estado tejiendo, cociendo y pintando. Había pensado en algo especial para cada uno de quienes irían a visitarla.

Cada atardecer al llegar de la escuela su pequeño hijo, ella con su mirada le preguntaba en silencio:

‘’¿Eres feliz?, ¿Alguien te hizo daño?, ¿Tienes amigos?… –esas preguntas la atormentaban, cada día observándolo trataba de adivinar la respuesta.

El niño se sentaba a su lado a ayudarla en lo que podía: enhebrar las agujas, hacer ovillos con la lana sobrante y pegar los sobres de las tarjetas.

-Los estamos haciendo entre ambos -le decía,  pero él sabía que no era cierto, siempre era así, con ella lo tenia todo: En los días de lluvia esas sopaipillas pasadas en caramelo, en la noche al salir del baño la toalla cliente al lado de la estufa, las galletas recién horneadas al llegar del colegio…

La noche de Navidad, cenaron solos. No había dicha más grande que saber que la tenía sólo para él. Ella le contó un cuento de reyes y magos, hasta que finalmente él con una sonrisa se durmió.

Al día siguiente él despertó y apresurado bajo a buscar su regalo, había un lindo tren de madera con varios vagones al pie del árbol de navidad, ese de hojas de cartulina pintadas a mano que ambos habían confeccionado una a una.

No era un regalo de los hechos por ella, lo había comprado para él. Todo la mañana jugó con su trencito. Se hizo diminuto y abordó  el ferrocarril recorriendo cada rincón de la casa.

Por la tarde fueron llegando visitas y siempre antes de irse recibían el obsequio hecho por ella, esos que él y ella habían guardado en la cesta de Navidad. Eran recibidos con sorpresa y las visitas agradecían el esfuerzo y dedicación de esos regalos tan personales.

Cuando el último fue entregado el niño se puso a llorar.

-¿Qué pasa hijo?, ¿Qué te apena tanto?, pensé que el tren era lo que más querías -le dijo ansiosa mientras se preguntaba qué había hecho mal, pensó que quizá se había preocupado mucho de las visitas y lo había dejado sólo demasiado tiempo, era Navidad y la Navidad es de los niños…se sintió muy culpable.

-Si mamá, es muy lindo, pero no dejaste nada hecho para mi con tus propias manos.

Aliviada, ella lo miró con amor e hizo una pausa de unos segundos.

-Siempre puedo hacer cosas para ti y serán las más hermosas -le dijo mientras tomaba sus manitos.

-¿Y cómo sabes que serán más hermosas? -le respondió el niño aún sin consuelo.

-Hijo, lo sé porque tú fuiste hecho con mis propias manos.