Aún era temprano, la bruma matinal recién se disipaba y el Sol se asomaba tímidamente tras los cerros. Una extraña Luna Llena de color rojizo era el astro más brillante a esa hora.

-Flavio, debes jurar con sangre que no vas a repetir nada de lo que hablemos ahora –me advirtió Nelson. A la vez me hizo un gesto con el dedo índice para que hablara lo más bajo posible.

-Por supuesto, lo juro –dije haciendo la señal de la cruz hacia el cielo y besando mi puño –díganme de que se trata. –Yo era bastante confiable y ellos lo sabían.

-Encontramos una entrada al cerro –me dijo Nelson en voz baja. Héctor y Rodrigo asentían mientras vigilaban que nadie nos estuviera escuchando.

-¿Al cerro?, ¿nadie los vio? –soné preocupado. Es que entrar al cerro estaba prohibido.

El colegio se había construido en la base de un cerro que naturalmente terminaba en un rio de más de un kilómetro de ancho. Su vegetación era una verdadera selva, de sus gigantescos y frondosos árboles caían enredaderas que después se arrastraban por el suelo sin dejar ningún centímetro de tierra a la vista. Por todo su borde se extendían espesos arbustos de afiladas espinas que no permitían el paso de animal alguno. Sin duda el bosque en su interior era oscuro, no podía imaginar como la luz del sol podría penetrar esa densa capa verde oscura. Desde cientos de metros se podía sentir como respiraba, la niebla que siempre lo acompañaba se movía a un ritmo lento, pero si observabas bien, ese ritmo era constante, lo que significaba, sin discusión, que el cerro estaba vivo.

Para construir el Colegio, los Masones habían tenido que cortar gran parte de la ladera del cerro, les tomó años, porque tenían que arrancar los árboles de raíz. A las pocas semanas, de nuevo todo estaba cubierto de maleza y arbustos. Hace un tiempo le pregunté a un amigo Masón como había sido posible en esos años:

-Fue con la ayuda de los “Grises” –me contestó serio después de pensarlo un rato.

-¿Los Grises? ¿A qué te refieres? –pregunté, aunque sabía que quizá no habría una respuesta.

-Desde ahí sacaban tierra –fue lo último que me dijo al respecto. Aunque insistí, no me dio mayores explicaciones.

El reglamento del Colegio era más que nada una lista de prohibiciones. Las sanciones más duras, incluso la expulsión, se aplicaban a cualquier intento de entrar al cerro. Pero aún a riesgo de cualquier pena, entrar a la selva era imposible, el corte vertical que se había hecho al cerro estaba cubierto de espinudos arbustos, era una muralla natural de varios metros de altura. La única entrada posible estaba siempre vigilada por los auxiliares del colegio y una jauría de perros.

-Hay un lugar detrás del gimnasio por donde Rodrigo pudo subir la muralla – me explicó Nelson mirando a Rodrigo para que reafirmara.

-No es fácil, es resbaloso, pero afirmándose de unas raíces después se puede alcanzar unas lianas que son como una escalera –continuó Rodrigo –La mayoría no podría subir, pero entre los cuatro nos ayudamos.

Ahora entendía porque me estaban invitando, Rodrigo era un verdadero mono, podía trepar cualquier cosa y no tenía temor a caer o accidentarse, su cuerpo ya había resistido varias caídas. Por otra parte Nelson y Héctor, siendo ambos buenos deportistas, eran muy menudos y frágiles, la fuerza de brazos no era lo suyo. Y yo sin ser como Rodrigo, a pesar de mi baja estatura, era muy ágil y me podía mi cuerpo con facilidad. Rodrigo me necesitaba para subir a Nelson y Héctor por el muro.

-Después de la “entrada” a unos cuantos metros hay una especie de túnel/sendero, pero hay que arrastrase un poco, seguro va hacia algún lado -explicó Rodrigo.

-¿A qué lugar? –pregunté. Supuse que tenía alguna idea de donde terminaba el sendero, Rodrigo no era de los que se iba a quedar con la duda.

-A Kaprona –dijo Héctor. Hasta ahora había estado callado, pero así era él, siempre esperaba el momento de mayor impacto para hablar.

-¿Kaprona? ¿Qué es eso? –mi curiosidad ya no daba más. Al diablo con las sanciones del colegio, quería ir.

-Rodrigo dijo que más allá estaba Kaprona, ¿cierto Rodrigo? –aseveró Héctor mirando a Rodrigo.

-Sí, aunque no me adentré más, escuché ruidos de animales extraños y ecos de voces lejanas – replicó Rodrigo con seriedad.

-¿Qué dices Flavio? ¿Vas con nosotros? -me preguntó Nelson, pero el ya adivinaba mi respuesta.

-Sí, claro que quiero ir, pero tiene que ser en el recreo largo de mañana y tenemos que venir preparados –esa era una de mis cualidades, siempre era precavido y sabía lo que había que hacer –tenemos que llevar agua y alimentos, con un sándwich cada uno bastará.

-Hecho –dijo Héctor con solemnidad -la “Hermandad de Kaprona” se ha formado -continuó y haciendo un gesto teatral señaló la Luna de color rojo sangre que nos observaba desde el cielo.

-Ahora separémonos para que nadie sospeche –dijo Nelson.

Me dieron risa esos últimos comentarios. Nelson y Héctor eran muy dramáticos, pero me aguanté, no quería que dudaran de haberme invitado.