Una semana  atrás en la clase de orientación se había tocado el tema de la dificultad académica de séptimo básico comparada con la del año anterior.

-El nivel en matemáticas está muy disparejo -la orientadora nos observaba con severidad -Vamos a hacer tutorías para los alumnos de más bajo rendimiento. ¿Quienes creen que necesitan ayuda de sus compañeros? -preguntó.

La pregunta era sorpresiva y a la vez astuta. No estaba señalando a los peores alumnos, cualquiera podía anotarse. Pasaron largos segundos en los que todos nos miramos las caras hasta que Héctor levanto su mano.

-Yo, señorita, puedo mejorar en un 200% -dijo con seguridad.

No creo que haya calculado ese porcentaje, más sonaba a alguna frase del entrenador de Basquetbol .De hecho pensé que si realmente mejoraba un 200% su promedio podría llegar a un nueve y la nota máxima era siete. Entonces levanté la mano para decir que no se podía mejorar tanto.

-Muy bien Flavio, es muy generoso de tu parte ofrecerte como tutor -la orientadora me miraba con una gran sonrisa.

-Señorita, es que….-me detuve y no dije lo que realmente iba a decir, porque la orientadora pidió un aplauso para mi.

Aunque era un buen alumno en matemáticas estaba lejos de ser el mejor. Nunca había estudiado para una prueba y entonces me sentía incapaz de enseñar, mi cuaderno ni siquiera tenía las tareas hechas. Pero era mi momento de fama, miré a Héctor haciendo la V de victoria con los dedos de la mano izquierda, el me devolvió el mismo gesto.

Ese mismo día de nuestra primera conversación acerca de Kaprona tenía que ir a casa de Héctor en mi rol de tutor.

Vivía en un barrio muy alejado del mío, así que tomé el bus correspondiente con él . La Villa Spring Hill quedaba al otro lado del río, mientras cruzábamos por un puente interminablemente largo, pensé en la suerte de quienes tenían que hacer ese viaje todos los días. Las aguas calmas rodeaban con respeto los bancos de arena y la luz del sol se reflejaba de forma hipnótica formando miles de estrellas ondulantes sobre el rio. Héctor hablaba conmigo y con nuestros demás amigos que vivían cerca, pero yo estaba perdido soñando que era un indio que navegaba río abajo con la lanza preparada para cazar al Cuero.

Cuando llegamos a la otra orilla, mire a mis compañeros y me di cuenta con tristeza que ellos ya estaban acostumbrados a la majestuosidad del río, …. ¿también me pasaría a mi?.

Llegamos a una bonita villa de casas de un piso, la mayoría tenia jardines frontales muy bien cuidados.

-Flavio, las baldosas aún no las terminamos de poner -me dijo muy urgido Héctor.

-¿Qué baldosas? -no tenía idea de que estaba hablando.

-Mentí, a algunos les dije que habíamos puesto unas baldosas en el patio y la verdad es que todavía no terminamos.-me contestó con una risa nerviosa -por favor, no lo menciones.

-Ah vale -jamás le había escuchado hablar de las baldosas, no entendía la importancia de aquello, pero me pareció un asunto absolutamente trivial.

Nos recibió su mamá, la Sra, Herrera, con una gran sonrisa, tenía puesto un delantal porque nos había estado cocinando unos bistecs con papas fritas y un huevo, y de postre un rico kuchen. Es que yo en mi rol de tutor era el invitado estrella.

Mientras almorzabamos las preguntas giraban en torno a qué profesión quería seguir cuando grande, cómo me iba en el colegio, si me gustaba estudiar.

-Ingeniería Electrónica, …bien Tío, …sí claro, estudio mucho – en esa última mentí, pero creí que era la correcto de decir.

-Héctor, ves tu amigo tiene metas, tienes que ser estudioso como él, ¿también te gustaría estudiar ingeniería?, es la carrera del futuro,  claro que tendrías que esforzarte más… tú puedes Héctor -el Sr. Herrera aprovechaba de “motivar”.

-Sí papá este va a ser mi año – dijo Héctor y repitió lo del 200%.

El bistec estaba rico y no ponía mucha atención a la conversación.

-… bla bla bla , ¿me contarias?, eh Flavio –me preguntó el Sr. Herrera.

Mierda, la pregunta era para mí y no la había escuchado.

-Sí, por supuesto -dije pensando que con eso zafaba

-Nooo-casi grito Héctor –no lo hagas. No le digas quien me gusta.

-Tranquilo, era una broma – dije, apenas podía hablar tratando de tragarme el montón de papas fritas que me había metido en la boca.

“Casi la cagué -pensé para mis adentros.

Los papás de Héctor se reían.

Yo sabía muy bien quienes eran las chicas a las que Héctor siempre declaraba su amor. Primero estaba Andrea una niña rubia y de tez blanca, muy correcta y femenina. Daba la impresión de la típica niñita destacada de un colegio de monjas. Envidiábamos su colación, siempre había un chocolate de marca Trencito que comía sin pudor mientras la mirabamos con admiración y deseo, …por el chocolatito obvio. Por otra parte estaba Claudia, una de las mejores amigas de Andrea, de grandes anteojos que le daban un aire intelectual parecido al de Vilma de la serie animada Scooby Doo. Si efectivamente era muy buena alumna. Era de a las que le pedías el cuaderno cuando te faltaba materia.

Héctor en sexto básico había tomado la decisión de pedirle pololeo a Claudia, es que Andrea tenia demasiados pretendientes y veía a Claudia con más posibilidades, pero yo pensaba lo contrario, es que esas chicas inteligentes e intelectuales son difíciles de complacer. Decidió que el momento justo era la gira de estudios que se haría a fin de año. Yo lo aconsejé y le di valor. Pero resulta que yo era el menos indicado en esos temas, todo lo que podía saber al repecto lo había aprendido de las novelas rosas que leía en las revistas de moda de la abuela María.

El día propicio en la gira ya habia demasiada expectación, Héctor fue demasiado solemne, le regaló a Claudia una cadenita. Creo que se sintió avergonzada y lo rechazó. Fue el primer corazón roto que vi. Pero a los once años esos golpes pasan rápido.

Mientras almorzabamos, una mosca que merodeaba la mesa captó mi atención. Hace poco había visto una película de Kung Fu de Jackie Chan, El Puño de la Serpiente, en la que como parte de su entrenamiento atrapaba moscas en el aire.

-Oye yo puedo agarrar esa mosca en el aire, igual que Jackie Chan -le dije en voz baja.

-A ver hazlo -me desafió.

Esperé a que la mosca se acercara lo suficiente y lancé mi mano hacia ella tan rápido como pude. Claro que sabía que no la atraparia, la mosca para mi es la obra de ingeniería más perfecta que se haya hecho, también es lo mas feo que existe. Pero verla volar haciendo todos esos cambios de velocidad y giros imposibles es un verdadero placer.

-Héctor la tengo en mi mano -dije en broma.

-A ver, ábrela -me contestó curioso.

Abrí la mano lentamente y para mi sorpresa ahí estaba la mosca toda reventada entre mis dedos.

-Waaaahh!! -exclamamos al unísono.

-A que asquerosidad están jugando, estamos almorzando -dijo la mamá de Héctor -vayan a lavarse las manos.

No quiso retarme sólo a mí, yo era el invitado estelar y todavía no empezábamos a estudiar. Así que Héctor también tuvo que ir al baño.

Después de repetirme las papas fritas y comer el postre, Héctor me desafió a un partido de ajedrez. El deporte familiar, tanto así que el papá pertenecía al club del pueblo. En el living había un tablero de mármol y  me senté a un extremo.

-No podemos usar ese ajedrez -me advirtió Héctor. Entendí inmediatamente y supuse que era como esas biblias de tapas de cuero y letras doradas que se ponen en un atril en las casas, y que siempre están abiertas en  la misma página. Este era un ajedrez que estaría siempre en la misma jugada. Pensé en cuantas cosas lindas que a veces son las más tristes y monótonas.

-Bueno en el que sea -soné desafiante -te cedo las blancas.

Hace un año, había sido derrotado en el ajedrez vergonzosamente con dos jaque mate pastor seguidos por Yerko, un compañero de curso. Siendo un buen jugador, había aprendido prácticamente solo y me di cuenta que me había faltado aprender algunas cosas básicas, así que pedí de regalo de cumpleaños un libro de ajedrez. Me gustaba mucho la defensa siciliana, que más que una defensa es un contrataque donde se abre con el peón del alfil de la dama y genralmente las blancas se ven obligadas a hacer el intercambio de piezas con el peón de la dama. Pero no era mi favorita por eso, sino que porque me gustaban las películas de la mafia, así que al ceder las blancas no entregaba ninguna ventaja.

El Sr. Herrera se paseaba simulando que no nos veía. Gané fácilmente y Héctor mirando a su papá me pidió la revancha. Entendí que esto importante para mi amigo, no me esforcé tanto, pero para que no se notara reclamé cada jugada en que Héctor tomaba ventaja. Finalmente perdí y declaramos que esto había sido un empate épico. El Sr. Herrera nos miraba con aprobación. El empate lo debe haber dejado satisfecho, yo había llegado con el cartel de “mateo”.

La verdad es que no estudiamos mucho. No sabía enseñar, ni por donde partir, asi que me dediqué a hacer los ejercicios de las tareas que no había hecho mientras Héctor me miraba y conversaba de cualquier otra cosa, claro que a la vez él iba copiando lo que yo hacía. Supongo que no aprendió nada y tampoco le pregunté , yo estaba mucho más interesado en hablar de Kaprona.

Héctor hablaba mucho de su papá, lo admiraba. Mis padres se habían separado cuando yo tenía dos años y a mi padre lo dejé de ver a los cuatro, por lo tanto, no sabia lo que era tener uno. Mientras más hablaba Héctor un sentimiento de envidia crecía en mi, durante varias semanas hubo momentos en que lo odiaba y no sabia por qué. … Y quizás por eso al día siguiente conté lo de las baldosas.