-Flavio, tenemos que hablar –me dijo en voz baja Nelson, al mismo tiempo que me hacía señas apuntando a Héctor y a Rodrigo quienes me miraban disimuladamente –. Hablemos en el recreo -agregó serio.

Yo como siempre estaba dormitando en la clase de Ciencias Naturales, casi como un murmullo escuchaba al profesor hablar de mitocondrias y  cloroplastos, mientras tanto rayaba líneas sin sentido en la hoja del cuaderno para simular que tomaba apuntes. Así que el mensaje de Nelson me despertó de mi sopor y captó toda mi atención.

-¿De qué se trata? –pregunté intrigado, aunque sabía que él frecuentemente exageraba, yo sí podía estar seguro de que  lo que tenía que decirme era más interesante que la clase de células. Nelson sólo me hizo un gesto para que guardara silencio y se volvió hacia el pizarrón.

Nelson a pesar de ser menudo y de baja estatura, al menos tan bajo como yo, siempre se hacía notar. Dueño de una personalidad histriónica por naturaleza, no conocía la vergüenza, por lo que era el primero en ofrecerse para cualquier acto público, ya sea leer las efemérides, recitar un poema, cantar el himno del colegio a capella o bailar el primer pie de cueca de las fiestas patrias. Por cierto, no desteñía, era muy buen alumno y le gustaba que los demás lo supiéramos. A veces para mí era irritante, pero gracioso a la vez,  verlo celebrar sus logros más pequeños con tanta exageración, en eso Rafael Nadal me recuerda mucho a él. Sólo lo podía opacar en histrionismo Héctor, su socio a todo evento.

También de personalidad desbordante, Héctor quizá no era tan talentoso  como Nelson, pero era más divertido de observar. Era de los que hablan lo que piensan sin filtro, por lo tanto, cada vez que abría la boca se generaba gran expectación.

Recuerdo un día memorable del parcito. El Sr. Daza, el profesor de historia, se había ausentado por enfermedad, entonces teníamos la hora libre y nos asignaron a la profesora de inglés para que nos cuidara, en general, lo que se hacía era cantar o hacer juegos educativos. Miss Sibila después de hacernos cantar unas cuantas alegres canciones en inglés, esas mismas que ya nos sabíamos desde hacía seis años, preguntó:

-¿Alguien de ustedes quiere cantar o recitar acá enfrente del curso?

-Nosotros! – se apuró en contestar Héctor tomando del brazo a Nelson–. Tenemos un par de canciones que hemos practicado.

-La de la gatita! –pedían algunos compañeros –. Canten la de la gatita.

¨La de la gatita¨… se referían a una divertida canción/trabalenguas que era el clásico de esta pareja de “artistas”, así que salieron adelante a hacer su interpretación:

Era una gatita

Épica, pilética, pilim plin plética

pelada, peluda, pilim plin pluda

Y tuvo unos gatitos

Épicos, piléticos, pilim plin pléticos

pelados, peludos, pilim plin pludos…    

 

Entre risas sacaron aplausos y eso les dio valor para ir más lejos.

-Ahora les vamos a presentar nuestro último éxito, es una canción compuesta por nosotros –dijo Héctor con orgullo–. El ¨Skipis One¨.

Inmediatamente miré a la profesora  para ver si yo no había entendido bien y realmente cantarían una nueva canción en inglés. Pero Miss Sibila tenía la misma cara de sorpresa de todos.

La canción partió con una coreografía en que ambos se movían chasqueando los dedos como si escucharan imaginariamente una banda de Rock and Roll. En esos momentos yo ya me contenía una carcajada, sólo no quería ser el primero al que se le llamara la atención por no respetar a mis compañeros.

Five, four, three, two, one…

Skipis one,

Skapious two,

Wineguel agou…

 

Quéee!!!???… no lo podía creer, hubo unos segundos de desconcierto y después morí… Apenas podía respirar de la risa. Fue un éxito total, los que podían aplaudir se pararon para ovacionarlos, mientras nuestro dúo seguía cantando y bailando al mejor estilo de Elvis. Miss Sibila se tuvo que sentar y sujetarse de la mesa para mantener el equilibrio mientras miraba por la ventana para que no la viéramos reírse.

Creo que lo que acabo de relatar expresa muy bien quienes eran Nelson y Héctor.

Por último estaba Rodrigo, ocasional socio de los otros dos, era más corpulento, el típico amigo tras el cual te escondes cuando te están persiguiendo. No era un matón, al contrario, era muy alegre e inocente, así que siempre les celebraba las payasadas a ambos y se prestaba como conejillo de indias cuando alguna idea revestía algo de peligro, digamos que era una especie de explorador.

Por otro lado, yo era bastante solitario, no tímido, pero sí introvertido. En clases mi mente a menudo quedaba en blanco. Por alguna razón corría el mito que yo era muy inteligente, así que seguro que quien me veía con la mirada perdida en el horizonte, creía que yo estaba elaborando alguna teoría más allá de la clase, porque supuestamente todo era fácil y aburrido para mí.  Pero quien tenga déficit atencional concordará conmigo, que cuando uno dice “mente en blanco”, es simplemente eso, no pensar en nada. Bueno, no existe no pensar en nada a secas, pero si existe el no pensar en nada coherente.  De alguna manera ese sopor que me acompañaba me alejaba de tener amistades muy profundas.

Sin embargo, ese día, los “Tres Mosqueteros” querían compartir un secreto conmigo. Durante los minutos que siguieron sólo miré el reloj de la pared hasta que sonó el timbre del recreo.