Esperé con ansias que amaneciera, traté de dormir, pero los sueños sobre Kaprona, esa tierra que estaba a punto de descubrir eran demasiado vívidos. El olor a tierra húmeda, la niebla espesa y dulzona que se me pegaba a la piel y los ecos de las voces de las hadas y duendes que se ocultaban hacían vibrar mis sentidos. A ratos despertaba , la oscuridad y silencio de mi habitación me recordaban dónde estaba. Sin conocer Kaprona ya estaba impregnado por ella.

En la tarde había preparado un sándwich, al que le puse una generosa capa de manjar y agregué unas nueces. Pensé que sería lo mejor para recuperar energía si es que el viaje resultaba ser agotador. Lo envolví con dos servilletas y una bolsa plástica. Hice espacio en mi maletín negro tipo James Bond que usaba para llevar mis cuadernos al colegio, teniendo cuidado de que no quedara muy apretado.

Decidí que no llevaría mi cantimplora que me habían regalado en navidad, seria demasiado evidente y nos podía dejar al descubierto. Supuse que entre tantos frondosos árboles el agua seria abundante. Ahora por experiencia sé que no siempre es así y llevar agua es lo mas importante, pero a esa edad la única experiencia que tenía era la de las películas de Tarzán.

No tuvo que sonar la alarma. A las 6.30 ya estaba levantado y revisando el plan de la excursión. Tendríamos que encontrar la forma para ir detrás del gimnasio sin ser vistos por nadie. Nadie significaba nadie, inspectores, profesores, auxiliares y por sobre todo compañeros, es que a esa edad la lealtad es mas difusa, bastaría un poco de presión para que fueramos delatados.

La parte de atrás del gimnasio era una franja de no más de tres metros de ancho entre la pared posterior del edificio y la muralla natural del cerro. La ladera había sido cortada verticalmente para construir ahí el gimnasio y después con el tiempo la zarza y otras malezas espinosas habían cubierto la tierra antes desnuda. Acceder a ese lugar parecía simple, pero el miedo a ser descubierto era tan grande que muy pocos se atrevían. Los inspectores frecuentaban el único acceso. Se me ocurrió que si los cuatro nos sentábamos a un costado a conversar, podíamos encontrar una ventana de tiempo donde nadie nos observara. Hasta el momento nuestro historial de buen comportamiento nos hacía invisibles a los inspectores y eso era una ventaja.

Al llegar al colegio nos saludamos como si fuera el retorno de las vacaciones, notaba la excitación en mis compañeros. Durante las clases nos hacíamos señas para recordarnos entre todos que ya habíamos jurado lealtad y no cabía la posibilidad de arrepentimiento.

Finalmente el molesto ring del timbre eléctrico anunciaba el recreo largo, ese de gloriosos treinta minutos que partía a las 11.30 am. Gracias a ese recreo se que hay muy pocas cosas que no puedes hacer en treinta minutos y a diferencia de la mayoría, para mi el día se divide en cuarenta y ocho espacios de media hora.

Unos cincuenta metros nos separaban desde nuestro edificio hasta el gimnasio. Me di cuenta que no habíamos mencionado Kaprona durante toda la mañana. Al llegar a la entrada del pasadizo trasero nos detuvimos a conversar por primera vez.

-Flavio vigila que nadie nos vea. -me dijo Nelson -apenas des la señal caminamos rápido hacia el pasadizo.

-¿Qué señal? -pregunté, no me acordaba que hubiéramos acordado una señal.

-Cualquier señal weon, pero no grites – dijo Rodrigo riéndose.

Me ubiqué a unos metros de mis compañeros en una esquina dónde tenia visión completa del patio. Al cabo de unos segundos creí visualizar el patrón de vigilancia del Travolta, un inspector joven recién llegado al que le habíamos dado ese apodo por su parecido a John Travolta de la película Fiebre De Sábado Por La Noche. Era profesor de educación física, pero aun no tenía un curso asignado y provisionalmente estaba trabajado a la inspectoría, la temida policía del colegio a cargo del Señor Gómez. Este último tenían el poder de definir o cambiar las sanciones a su antojo, incluso llegar hasta la expulsión y vaya que si lo sabíamos todos. El Sr. Gómez no solía abandonar su oficina y se dejaba ver muy poco, generalmente solo te podías comunicar con él a través de su amable y silenciosa secretaria, la Srta. Eliana. Cuando se dejaba ver con su enorme barriga por el patio, todo se detenía, no importa lo que estuvieras haciendo, no pateabas ese penal, soltabas la mano de la chica que te gustaba, guardabas tu sándwich en el bolsillo, escupías el chicle de tu boca, cubrías con la mano ese botón que faltaba en tu delantal, … todo paraba, …todo se ocultaba, … todos callábamos. Pocas veces he visto tanto poder.

Pero el Travolta no era el Sr. Gómez, sólo era el Travolta y al Travolta le gustaba el fútbol y se entretenía viendo esos desordenados e imporvisados partidos que se organizaban entre cursos en el recreo. Sólo tenía que esperar alguna jugada de peligro en el arco más alejado. Eso no tardó en suceder.

-Ahora! -dije fuerte aunque sin gritar.

-¿Ahora que? -preguntó Héctor. Los tres me miraban sin hacer nada.

-Esa es la señal weon!! -dije con rabia. -¿para que me dicen que inventé una señal si no va a hacer nada cuando la de?.

No terminé de protestar cuando ya habían desaparecido por detrás del gimnasio. Volví a mirar hacia el Travolta y me moví rápido, pero sin correr, hacia donde habían ido mis compañeros. Rodrigo no perdía el tiempo, se había adelantado bastante y estaba metido entre la maleza buscando algo. Al acercarme me di cuenta que lo que se veía de frente como una muralla de malezas de costado tenia una entrada que solo se notaba a muy corta distancia.

-Acá está -dijo Rodrigo. Y se tomó de una rama alta. Con los pies se apoyó en las raíces y fue subiendo como un mono por la resbalosa y húmeda pared. Una vez arriba se acostó aferrándose con la mano izquierda a una liana y asomando medio cuerpo extendió su brazo derecho hacia nosotros. -Flavio que suba Héctor primero.

Con nuestras manos hicimos apoyos para los pies de Héctor, mientras Rodrigo lo tomaba del brazo para subirlo. Después siguió Nelson con el que seguimos el mismo procedimiento.

Finalmente fue mi turno. Use la misma técnica de Rodrigo pero en vez de la liana usé su brazo, es que por mi baja estatura la liana no estaba a mi alcance.

-¿Ven? Fue fácil -nos dijo Rodrigo. -Ahora hay que entrar agachados por aquí -señaló una especie de túnel pequeño formado por malezas y coligües.

No tendríamos que arrastrarnos, lo que era bueno. Seria difícil explicar el barro en nuestras rodillas a la vuelta a clases. Era oscuro pero se veía luz en el otro extremo a sólo unos cuantos metros.

Una vez al otro lado del pequeño túnel. Todo era distinto, casi era como lo había soñado la noche anterior. La luz penetraba a través del frondoso follaje en delgados rayos que se difuminaban al tocar la niebla que se levantaba sólo unos cuantos metros. El olor no era a tierra mojada, era diferente, algo especial, se mezclaban los aromas de los pinos, moras y otros vegetales. El piso era esponjoso por una rica capa de humus que quizá durante cientos de años nadie había pisado.

Me di vuelta a mirar extasiado a mis compañeros. Nelson y Héctor tenían la corbata de colegio en la cabeza, como si fuera un cintillo indio y sus pantalones estaban metidos dentro de los calcetines, sólo a eso último le encontré un sentido práctico, Rodrigo y yo les copiamos

-¿Para qué es la corbata en la cabeza? -dije divertido.

-Es para reconocernos con más facilidad. -me contestó Héctor.

-Pero weon, no hay nadie más , la corbata se va a llenar de la grasa de la cabeza. -protesté. Miré a Rodrigo que se reía mientras se ponía el cintillo, así que finalmente hice lo mismo.

Yo sólo quería adentrarme en el bosque, pero Nelson me detuvo y agregó.

-Esperen, necesitamos tener un llamado. Uh Uuh Uh Uuh. -hizo un sonido parecido al de un Búho.

-Uh Uuh Uh Uuh. – Repitió Héctor

-Uh Uuh Uh Uuh. – Rodrigo también hizo el llamado.

-Ug Uug Ug Uug. -ese fui yo, es que no se me dan esas cosas.

-Uggg Ug -repetí y mis amigos rompieron a reír.

-Cómo tan mal Flavio, es fácil Uh Uuh Uh Uuh – me dijo Nelson. Los demás repetían el llamado.

-No me va a salir eso, Ug Ug es mi llamado ya lo saben. -le repliqué mientras no parábamos de reírnos.

Nos detuvimos a mirar por donde empezar. Efectivamente había un sendero, pero se veía que no era de uso frecuente, quizá solo era utilizado por los delicados y etéreos entes que yo imaginaba.

Finalmente Rodrigo se decidió y empezó a caminar por el sendero. Yo lo seguí con cuidado de respetar el lugar donde estábamos, pensé que probablemente eramos los primeros humanos en pisar esa tierra.

No caminamos más de cincuenta metros ese día, porque todo era nuevo para nosotros, cada descubrimiento era señalado con Uh Uuh Uh Uuh o Ug Ug. Un árbol muy alto Uh Uuh Uh Uuh, una piedra de color extraño Uh Uuh Uh Uuh, un pájaro desconocido que nos observaba Uh Uuh Uh Uuh.

Inmediatamente supimos que nunca nos faltaría que comer, había abundancia de: moras verdes, rojas y moradas, las nalcas de un tamaño que jamás habíamos visto, matas de ácido culli y lo que finalmente se convertiría en nuestro principal alimento, el maqui ese fruto pequeño de color negro azulado.

Rodrigo tomó un puñado de maqui y se lo zampó en un solo movimiento. Después abrió su boca para que todos viéramos como se le había teñido de azul desde su lengua hasta los dientes.

-Uh Uuh Uh Uuh-dijo Héctor indicando la boca de Rodrigo y nuevamente todos nos largamos a reír mientras comíamos maqui en forma desenfrenada.

Mientras volvíamos, creí escuchar un lejano tambor, era un sonido rítmico y grave, puuum paf, puuum paf…. quizá era mi imaginación y ya habría tiempo de verificar, lo mejor era no preocupar a mis amigos.