-Hey, ¿tienes un árbol cerca?, míralo bien -me dijo el anciano con voz cansada -¿Me puedes decir de qué color es?

Estaba apurado, para cortar tiempo de viaje había cruzado por el medio de la plaza del barrio y caminaba justo por detrás del viejo cuando me sorprendió con su pregunta. Calculé que tendría unos sesenta años, aunque también podrían haber sido más de cien, pero eso era casi imposible, en mi pueblo pasar de los sesenta era una proeza sólo alcanzable para los más acomodados. Estaba en malas condiciones, tenía puestas varias capas de ropa para soportar el frío, ninguna de ellas se veía entera y su silla de ruedas estaba gastada por el óxido y el uso de varios pasajeros anteriores.

-Es verde como todos los árboles -me apresuré en contestar. Lo miré con pena, no lo podía evitar, las cataratas habían plomizado sus ojos muchos años atrás. Seguro, sus cuidadores cansados de él,  lo habían dejado ahí para que tomara un poco de sol, sólo lo vendrían a buscar cuando “pudieran”.

-¿Estás seguro?, por favor… -insistió, casi como suplicando -¿Puedes verlo nuevamente?

-Claro está aquí junto a la banca. ¿Qué hay con con el árbol?

El anciano hizo una mueca de insatisfacción y trató de acomodarse en su silla de ruedas, pero las fuerzas le fallaron y quedó en una posición aún peor.

-Me dijiste que es verde, ¿estás seguro?, ¿No hay nada más?

-Bueno, obviamente el tronco es café -dije en forma distraída, esperando cambiar el tema, mientras lo ayudaba a apoyarse en la silla.

Suspiró y luego hizo una larga pausa para tomar aire. De alguna forma ahora era distinto, se veía más joven y fuerte, aunque sabía que era una ilusión.

-Busca dentro del árbol. ¿No es negra la sombra más oscura en el interior?

-Eehm… sí, creo que lo omití. Pero es algo obvio, el árbol es frondoso –agregué eso último para que no siguiéramos con esta conversación, me quería ir, pero al mismo tiempo sentía lástima por él, así que pensé que me daría las gracias y un adiós. Ya le había dedicado más tiempo que muchos y estaba orgulloso de mí.

-Y en el exterior de la copa, puede que el verde no sea tan intenso, ¿hay algo de amarillo?

-Sí, hay algunas hojas que se ven amarillas, se están secando por la falta de agua, también hay otras que son anaranjadas y en su punta café claro.

El viejo alzó su rostro como si viera el sol con una bella sonrisa, no sé específicamente qué la hacía bella, no había más de 5 dientes en su boca. Pero había una intensidad en su expresión que me retenía y me senté en el piso a un costado.

-¿Crees que si te pidiera buscar un color? ¿Lo encontrarías? –no esperó mi respuesta, sabía que me había atrapado y que no me iría de su lado –¿Ves algo azul? –casi me lo ordenó.

Miré el árbol y el azul estaba en todos lados, las sombras jugaban entre los rayos de luz, no había sólo un azul, ahora podía distinguir entre muchos de ellos, los tonos cambiaban suavemente con el vaivén de la brisa de otoño.

Mi silencio, le dijo mucho más de lo que podía expresar con palabras. El viejo me dio una suave palmada en el hombro en forma paternal, ahora era yo quien daba lástima, me sentía pequeño y avergonzado.

Desde ese momento mi árbol, ya nunca más sería sólo verde y café. Encontré la pasión del rojo, el calor del naranja, la sutileza del rosado, la nostalgia en el gris. Supe, a pesar de mi juventud, que yo tampoco sería el mismo.

También comprendí por qué el destino lo cegó tan tempranamente, no era un castigo, ¿Cómo se podía retener la belleza que sólo él había sido capaz de ver?, ¿De qué otra manera me habría podido enseñar esa lección de pintura?