Como el mejor alquimista mezclo mi pasión por las letras y tu piel. Corrijo la caligrafía de tu dócil pelo con mis dedos, primero con ternura, y luego será con intensidad y sudor. Me cruzo con tus ojos que tienen la mirada seca y fija de una tigresa y que a los minutos estarán húmedos y perdidos como los de una gata, ¿con ellos puedes leer en mi lo que yo leo en ti?.


Descubro en todo tu cuerpo las señales impresas: — Aquí te lo ruego, ahí todavía no, acá sí está bien — . Con mis manos leo en tus senos las conexión hacia tu entrepierna. —Aún no —es lo que con mi olfato leo en tu vientre. Está escrito en tus orejas que permanezca con mi aliento un poco más. Toco las mariposas de tu espalda que escriben la puntuación correcta mientras baten las alas para volar, no demasiado lejos, quizás tengan que corregir.


Quiero leer con mis palmas tus firmes nalgas y viajar hacia el interior. —Ahí más lento —me parecen decir. Con tu lengua en mi cuello buscas borrar cualquier verso que parezca temor. Tus piernas imprimen sus letras en las mías, siento cada palabra, no las necesito leer. Con paciencia y dedicación me dedico a abrir tu poema censurado y entro hasta tocar los jeroglíficos más antiguos de todas tus vidas hacia atrás.


Mi pecho no alcanza a atrapar el tipeo de caracteres que cada vez más rápido se liberan desde tu corazón. Junto mi libro al tuyo para que nuestras almas escriban por fin el secreto de La Piedra Filosofal. Miles de palabras y letras que finalmente se funden y mezclan sólo en gemidos para significar.