Cuentos de quien no sabe lo que hace

Proyecto Kaprona

Vamos a ver que sale de este proyecto. Es un relato que va a ir avanzando en la medida que me lo permitan mis limitaciones de tiempo, memoria y capacidad narrativa -los últimos dos recursos son muy limitados-

Entonces se verán pequeños avances, modificaciones, eliminaciones completas, en fin cualquier cosa puede pasar.

Estoy a cientos de  kilómetros de donde debería estar Kaprona, sin embargo mientras escribo siento su magnetismo, aún no se si su fuerza me quiere ayudar o se va a resistir.

Kaprona Introducción: El Retorno

“….La vida, el tiempo o ambos son implacables, nos van arrebatando la magia de nuestra alma, nos van apagando desde afuera hacia adentro. También hacemos nuestra parte mientras crecemos, empezamos a avergonzarnos de sentir y mostrar la magia que nos queda y así la vamos perdiendo, hasta que un día ya no nos acordamos que estaba ahí. A veces, se nos da una pequeña oportunidad, por instantes el recuerdo se asoma, sentimos que algo nos falta, pero no estamos seguros de qué es, ni dónde o cómo buscarlo. Es como esa sensación de la primera vez que una chica linda te trata de Señor cuando le sonríes…”
(Extracto del relato El Momento)

Encontré una pequeña joya en mi memoria: cuando eramos cinco niños que durante un año fuimos dueños de un mundo mágico que estaba en algún lugar de un cerro detrás de nuestro colegio, inmerso en la naturaleza, donde el alimento y el agua eran abundantes, así como los peligros que nos acechaban. Quizá lo más maravilloso era que ahí el tiempo se expandía y  transcurría al menos diez veces más lento.

El lugar se llamaba Kaprona, si lo buscan estoy seguro de que no encontrarían la entrada, cada día estaba en un lugar diferente. Sólo sabíamos que habíamos llegado, porque nuestros corazones se iluminaban,

Ya contacté a dos de mis compañeros de aventuras para que me ayuden a contar alguna historia, es que hay una niebla, presiento que viene de Kaprona, esa bruma adormece mi mente cuando trato de recordar. Si juntos lo logramos, quizás, podremos compartir con ustedes un poco de magia.

Me gustaría volver a Kaprona, pero por este año debe pertenecer a otro grupo de niños y creo que debemos dejarlos que exploren solos ese maravilloso lugar.

Kaprona Capítulo 1: El Pueblo

Me llamo Flavio, crecí en un pueblo pequeño al sur del mundo, el nombre no importa. Allí la naturaleza era abundante, gélida y húmeda. Los inviernos eran largos y lluviosos. El pueblo estaba rodeado de frondosos cerros, por lo que el Sol aparecía muy tarde y nos abandonaba demasiado temprano.

Un río cruzaba el pueblo, tenía cientos de metros de ancho, pero curiosamente era muy bajo y sus aguas avanzaban con lentitud y paciencia. Si sabías por donde caminar podías cruzar a pie hasta la otra orilla sin mojarte el pelo, pero nunca había que hacerlo solo, porque podía estar acechando El Cuero, no había otra explicación para las docenas de ahogados que cada año teníamos que registrar.

Con once años ya me sentía con la libertad de ir hasta donde quisiera sin pedir permiso ni decir donde estaba, era un pueblo tranquilo. No era necesario ir a un supermercado a comprar el pan, la leche o el periódico, estos llegaban a diario a las casas transportados en carros impulsados por bicicletas. Si tenías suerte, en un día lluvioso, podía pasar cerca de tu casa un hombre con un saco lleno de camarones, yo siempre estaba atento a su llamado y corría a buscarlo, en recompensa mi mamá me regalaba los más grandes, con los que organizaba batallas épicas en la tina del baño.

No todas las casas tenían teléfono, sólo recibíamos una débil señal de dos canales de televisión  y apenas una decena de radios AM; la única radio FM programaba música orquestada, de esas que hoy ponen en los restaurantes elegantes y en los supermercados temprano en la mañana. Sólo se leía el diario del pueblo que destacaba nuestros escasos triunfos deportivos, la agenda social, los eventos culturales y sabíamos también de nuestros héroes y villanos. No había McDonalds ni Malls, sólo unos cuantos cafés para caballeros como el Haití, donde se hablaba de fútbol y otro para señoras donde se hablaba de los maridos.

Había una casa de remolienda que era famosa en todo el país, todos nos sabíamos la dirección, con mis amigos caminábamos con vergüenza por la vereda de al frente mirando de reojo buscando ver alguna chica.

La carretera principal pasaba muy lejos del pueblo, si alguien quería visitarnos debía recorrer kilómetros de peligrosas curvas a través de los cerros, pero el viaje siempre valía la pena, eso decíamos, estábamos orgullosos de lo nuestro. Era un pueblo como cualquiera, con una plaza central rodeada de los edificios típicos, la iglesia católica, la municipalidad, el correo, el teatro y las tiendas de los más ricos.

Era un lugar parecido a muchos, pero extraordinario como ninguno, sobre todo de noche, cuando deambulaban los brujos disfrazados del Tue-Tue volando junto a un Colo Colo, esa serpiente emplumada que nacía cuando un huevo huero era robado y empollado por una culebra. En la noche de San Juan escuchábamos los llantos de las Pascualas -las tres hermanas que  se ahogaron por amor-. Un extraño cerro amarillo colindaba con una laguna oscura que había sido la tumba de unos esclavos negros que se amotinaron, en las noches calmas con suave brisa si poníamos atención, se oían los cánticos de los ejecutados haciendo sonar sus cadenas y grilletes mientras caminaban para sumergirse nuevamente en las turbias aguas.

La laguna que más me gustaba era una muy pequeña y redonda. Tan pequeña que con la fuerza suficiente, de un puntapié, podías hacer que una pelota la cruzara de lado a lado, se decía que no tenía fondo, que era un ojo de mar, un mar que estaba a kilómetros de distancia y se conectaban por intricados túneles subterráneos, de hecho todos conocían la historia de algún ahogado en la laguna cuyo cuerpo había aparecido flotando en el mar arrastrado por El Cuero y Las Mantas.

Por supuesto habían varias escuelas y un par de buenas universidades. Nos enorgullecíamos de la calidad de nuestra educación. Tuve la suerte de asistir a un colegio apartado, tanto así que había que llegar en los buses del establecimiento. Este quedaba a la orilla de un río y por los otros tres costados estábamos rodeados de cerros. Era una fortaleza.

Kaprona Capítulo 2: Los Tres Mosqueteros

-Flavio, tenemos que hablar –me dijo en voz baja Nelson, al mismo tiempo que me hacía señas apuntando a Héctor y a Rodrigo quienes me miraban disimuladamente –. Hablemos en el recreo -agregó serio.

Yo como siempre estaba dormitando en la clase de Ciencias Naturales, casi como un murmullo escuchaba al profesor hablar de mitocondrias y  cloroplastos, mientras tanto rayaba líneas sin sentido en la hoja del cuaderno para simular que tomaba apuntes. Así que el mensaje de Nelson me despertó de mi sopor y captó toda mi atención.

-¿De qué se trata? –pregunté intrigado, aunque sabía que él frecuentemente exageraba, yo sí podía estar seguro de que  lo que tenía que decirme era más interesante que la clase de células. Nelson sólo me hizo un gesto para que guardara silencio y se volvió hacia el pizarrón.

Nelson a pesar de ser menudo y de baja estatura, al menos tan bajo como yo, siempre se hacía notar. Dueño de una personalidad histriónica por naturaleza, no conocía la vergüenza, por lo que era el primero en ofrecerse para cualquier acto público, ya sea leer las efemérides, recitar un poema, cantar el himno del colegio a capella o bailar el primer pie de cueca de las fiestas patrias. Por cierto, no desteñía, era muy buen alumno y le gustaba que los demás lo supiéramos. A veces para mí era irritante, pero gracioso a la vez,  verlo celebrar sus logros más pequeños con tanta exageración, en eso Rafael Nadal me recuerda mucho a él. Sólo lo podía opacar en histrionismo Héctor, su socio a todo evento.

También de personalidad desbordante, Héctor quizá no era tan talentoso  como Nelson, pero era más divertido de observar. Era de los que hablan lo que piensan sin filtro, por lo tanto, cada vez que abría la boca se generaba gran expectación.

Recuerdo un día memorable del parcito. El Sr. Daza, el profesor de historia, se había ausentado por enfermedad, entonces teníamos la hora libre y nos asignaron a la profesora de inglés para que nos cuidara, en general, lo que se hacía era cantar o hacer juegos educativos. Miss Sibila después de hacernos cantar unas cuantas alegres canciones en inglés, esas mismas que ya nos sabíamos desde hacía seis años, preguntó:

-¿Alguien de ustedes quiere cantar o recitar acá enfrente del curso?

-Nosotros! – se apuró en contestar Héctor tomando del brazo a Nelson–. Tenemos un par de canciones que hemos practicado.

-La de la gatita! –pedían algunos compañeros –. Canten la de la gatita.

¨La de la gatita¨… se referían a una divertida canción/trabalenguas que era el clásico de esta pareja de “artistas”, así que salieron adelante a hacer su interpretación:

Era una gatita

Épica, pilética, pilim plin plética

pelada, peluda, pilim plin pluda

Y tuvo unos gatitos

Épicos, piléticos, pilim plin pléticos

pelados, peludos, pilim plin pludos…    

 

Entre risas sacaron aplausos y eso les dio valor para ir más lejos.

-Ahora les vamos a presentar nuestro último éxito, es una canción compuesta por nosotros –dijo Héctor con orgullo–. El ¨Skipis One¨.

Inmediatamente miré a la profesora  para ver si yo no había entendido bien y realmente cantarían una nueva canción en inglés. Pero Miss Sibila tenía la misma cara de sorpresa de todos.

La canción partió con una coreografía en que ambos se movían chasqueando los dedos como si escucharan imaginariamente una banda de Rock and Roll. En esos momentos yo ya me contenía una carcajada, sólo no quería ser el primero al que se le llamara la atención por no respetar a mis compañeros.

Five, four, three, two, one…

Skipis one,

Skapious two,

Wineguel agou…

 

Quéee!!!???… no lo podía creer, hubo unos segundos de desconcierto y después morí… Apenas podía respirar de la risa. Fue un éxito total, los que podían aplaudir se pararon para ovacionarlos, mientras nuestro dúo seguía cantando y bailando al mejor estilo de Elvis. Miss Sibila se tuvo que sentar y sujetarse de la mesa para mantener el equilibrio mientras miraba por la ventana para que no la viéramos reírse.

Creo que lo que acabo de relatar expresa muy bien quienes eran Nelson y Héctor.

Por último estaba Rodrigo, ocasional socio de los otros dos, era más corpulento, el típico amigo tras el cual te escondes cuando te están persiguiendo. No era un matón, al contrario, era muy alegre e inocente, así que siempre les celebraba las payasadas a ambos y se prestaba como conejillo de indias cuando alguna idea revestía algo de peligro, digamos que era una especie de explorador.

Por otro lado, yo era bastante solitario, no tímido, pero sí introvertido. En clases mi mente a menudo quedaba en blanco. Por alguna razón corría el mito que yo era muy inteligente, así que seguro que quien me veía con la mirada perdida en el horizonte, creía que yo estaba elaborando alguna teoría más allá de la clase, porque supuestamente todo era fácil y aburrido para mí.  Pero quien tenga déficit atencional concordará conmigo, que cuando uno dice “mente en blanco”, es simplemente eso, no pensar en nada. Bueno, no existe no pensar en nada a secas, pero si existe el no pensar en nada coherente.  De alguna manera ese sopor que me acompañaba me alejaba de tener amistades muy profundas.

Sin embargo, ese día, los “Tres Mosqueteros” querían compartir un secreto conmigo. Durante los minutos que siguieron sólo miré el reloj de la pared hasta que sonó el timbre del recreo.

Kaprona Capítulo 3: La Hermandad

Aún era temprano, la bruma matinal recién se disipaba y el Sol se asomaba tímidamente tras los cerros. Una extraña Luna Llena de color rojizo era el astro más brillante a esa hora.

-Flavio, debes jurar con sangre que no vas a repetir nada de lo que hablemos ahora –me advirtió Nelson. A la vez me hizo un gesto con el dedo índice para que hablara lo más bajo posible.

-Por supuesto, lo juro –dije haciendo la señal de la cruz hacia el cielo y besando mi puño –díganme de que se trata. –Yo era bastante confiable y ellos lo sabían.

-Encontramos una entrada al cerro –me dijo Nelson en voz baja. Héctor y Rodrigo asentían mientras vigilaban que nadie nos estuviera escuchando.

-¿Al cerro?, ¿nadie los vio? –soné preocupado. Es que entrar al cerro estaba prohibido.

El colegio se había construido en la base de un cerro que naturalmente terminaba en un rio de más de un kilómetro de ancho. Su vegetación era una verdadera selva, de sus gigantescos y frondosos árboles caían enredaderas que después se arrastraban por el suelo sin dejar ningún centímetro de tierra a la vista. Por todo su borde se extendían espesos arbustos de afiladas espinas que no permitían el paso de animal alguno. Sin duda el bosque en su interior era oscuro, no podía imaginar como la luz del sol podría penetrar esa densa capa verde oscura. Desde cientos de metros se podía sentir como respiraba, la niebla que siempre lo acompañaba se movía a un ritmo lento, pero si observabas bien, ese ritmo era constante, lo que significaba, sin discusión, que el cerro estaba vivo.

Para construir el Colegio, los Masones habían tenido que cortar gran parte de la ladera del cerro, les tomó años, porque tenían que arrancar los árboles de raíz. A las pocas semanas, de nuevo todo estaba cubierto de maleza y arbustos. Hace un tiempo le pregunté a un amigo Masón como había sido posible en esos años:

-Fue con la ayuda de los “Grises” –me contestó serio después de pensarlo un rato.

-¿Los Grises? ¿A qué te refieres? –pregunté, aunque sabía que quizá no habría una respuesta.

-Desde ahí sacaban tierra –fue lo último que me dijo al respecto. Aunque insistí, no me dio mayores explicaciones.

El reglamento del Colegio era más que nada una lista de prohibiciones. Las sanciones más duras, incluso la expulsión, se aplicaban a cualquier intento de entrar al cerro. Pero aún a riesgo de cualquier pena, entrar a la selva era imposible, el corte vertical que se había hecho al cerro estaba cubierto de espinudos arbustos, era una muralla natural de varios metros de altura. La única entrada posible estaba siempre vigilada por los auxiliares del colegio y una jauría de perros.

-Hay un lugar detrás del gimnasio por donde Rodrigo pudo subir la muralla – me explicó Nelson mirando a Rodrigo para que reafirmara.

-No es fácil, es resbaloso, pero afirmándose de unas raíces después se puede alcanzar unas lianas que son como una escalera –continuó Rodrigo –La mayoría no podría subir, pero entre los cuatro nos ayudamos.

Ahora entendía porque me estaban invitando, Rodrigo era un verdadero mono, podía trepar cualquier cosa y no tenía temor a caer o accidentarse, su cuerpo ya había resistido varias caídas. Por otra parte Nelson y Héctor, siendo ambos buenos deportistas, eran muy menudos y frágiles, la fuerza de brazos no era lo suyo. Y yo sin ser como Rodrigo, a pesar de mi baja estatura, era muy ágil y me podía mi cuerpo con facilidad. Rodrigo me necesitaba para subir a Nelson y Héctor por el muro.

-Después de la “entrada” a unos cuantos metros hay una especie de túnel/sendero, pero hay que arrastrase un poco, seguro va hacia algún lado -explicó Rodrigo.

-¿A qué lugar? –pregunté. Supuse que tenía alguna idea de donde terminaba el sendero, Rodrigo no era de los que se iba a quedar con la duda.

-A Kaprona –dijo Héctor. Hasta ahora había estado callado, pero así era él, siempre esperaba el momento de mayor impacto para hablar.

-¿Kaprona? ¿Qué es eso? –mi curiosidad ya no daba más. Al diablo con las sanciones del colegio, quería ir.

-Rodrigo dijo que más allá estaba Kaprona, ¿cierto Rodrigo? –aseveró Héctor mirando a Rodrigo.

-Sí, aunque no me adentré más, escuché ruidos de animales extraños y ecos de voces lejanas – replicó Rodrigo con seriedad.

-¿Qué dices Flavio? ¿Vas con nosotros? -me preguntó Nelson, pero el ya adivinaba mi respuesta.

-Sí, claro que quiero ir, pero tiene que ser en el recreo largo de mañana y tenemos que venir preparados –esa era una de mis cualidades, siempre era precavido y sabía lo que había que hacer –tenemos que llevar agua y alimentos, con un sándwich cada uno bastará.

-Hecho –dijo Héctor con solemnidad -la “Hermandad de Kaprona” se ha formado -continuó y haciendo un gesto teatral señaló la Luna de color rojo sangre que nos observaba desde el cielo.

-Ahora separémonos para que nadie sospeche –dijo Nelson.

Me dieron risa esos últimos comentarios. Nelson y Héctor eran muy dramáticos, pero me aguanté, no quería que dudaran de haberme invitado.

Kaprona Capítulo 4: La Mosca

Una semana  atrás en la clase de orientación se había tocado el tema de la dificultad académica de séptimo básico comparada con la del año anterior.

-El nivel en matemáticas está muy disparejo -la orientadora nos observaba con severidad -Vamos a hacer tutorías para los alumnos de más bajo rendimiento. ¿Quienes creen que necesitan ayuda de sus compañeros? -preguntó.

La pregunta era sorpresiva y a la vez astuta. No estaba señalando a los peores alumnos, cualquiera podía anotarse. Pasaron largos segundos en los que todos nos miramos las caras hasta que Héctor levanto su mano.

-Yo, señorita, puedo mejorar en un 200% -dijo con seguridad.

No creo que haya calculado ese porcentaje, más sonaba a alguna frase del entrenador de Basquetbol .De hecho pensé que si realmente mejoraba un 200% su promedio podría llegar a un nueve y la nota máxima era siete. Entonces levanté la mano para decir que no se podía mejorar tanto.

-Muy bien Flavio, es muy generoso de tu parte ofrecerte como tutor -la orientadora me miraba con una gran sonrisa.

-Señorita, es que….-me detuve y no dije lo que realmente iba a decir, porque la orientadora pidió un aplauso para mi.

Aunque era un buen alumno en matemáticas estaba lejos de ser el mejor. Nunca había estudiado para una prueba y entonces me sentía incapaz de enseñar, mi cuaderno ni siquiera tenía las tareas hechas. Pero era mi momento de fama, miré a Héctor haciendo la V de victoria con los dedos de la mano izquierda, el me devolvió el mismo gesto.

Ese mismo día de nuestra primera conversación acerca de Kaprona tenía que ir a casa de Héctor en mi rol de tutor.

Vivía en un barrio muy alejado del mío, así que tomé el bus correspondiente con él . La Villa Spring Hill quedaba al otro lado del río, mientras cruzábamos por un puente interminablemente largo, pensé en la suerte de quienes tenían que hacer ese viaje todos los días. Las aguas calmas rodeaban con respeto los bancos de arena y la luz del sol se reflejaba de forma hipnótica formando miles de estrellas ondulantes sobre el rio. Héctor hablaba conmigo y con nuestros demás amigos que vivían cerca, pero yo estaba perdido soñando que era un indio que navegaba río abajo con la lanza preparada para cazar al Cuero.

Cuando llegamos a la otra orilla, mire a mis compañeros y me di cuenta con tristeza que ellos ya estaban acostumbrados a la majestuosidad del río, …. ¿también me pasaría a mi?.

Llegamos a una bonita villa de casas de un piso, la mayoría tenia jardines frontales muy bien cuidados.

-Flavio, las baldosas aún no las terminamos de poner -me dijo muy urgido Héctor.

-¿Qué baldosas? -no tenía idea de que estaba hablando.

-Mentí, a algunos les dije que habíamos puesto unas baldosas en el patio y la verdad es que todavía no terminamos.-me contestó con una risa nerviosa -por favor, no lo menciones.

-Ah vale -jamás le había escuchado hablar de las baldosas, no entendía la importancia de aquello, pero me pareció un asunto absolutamente trivial.

Nos recibió su mamá, la Sra, Herrera, con una gran sonrisa, tenía puesto un delantal porque nos había estado cocinando unos bistecs con papas fritas y un huevo, y de postre un rico kuchen. Es que yo en mi rol de tutor era el invitado estrella.

Mientras almorzabamos las preguntas giraban en torno a qué profesión quería seguir cuando grande, cómo me iba en el colegio, si me gustaba estudiar.

-Ingeniería Electrónica, …bien Tío, …sí claro, estudio mucho – en esa última mentí, pero creí que era la correcto de decir.

-Héctor, ves tu amigo tiene metas, tienes que ser estudioso como él, ¿también te gustaría estudiar ingeniería?, es la carrera del futuro,  claro que tendrías que esforzarte más… tú puedes Héctor -el Sr. Herrera aprovechaba de “motivar”.

-Sí papá este va a ser mi año – dijo Héctor y repitió lo del 200%.

El bistec estaba rico y no ponía mucha atención a la conversación.

-… bla bla bla , ¿me contarias?, eh Flavio –me preguntó el Sr. Herrera.

Mierda, la pregunta era para mí y no la había escuchado.

-Sí, por supuesto -dije pensando que con eso zafaba

-Nooo-casi grito Héctor –no lo hagas. No le digas quien me gusta.

-Tranquilo, era una broma – dije, apenas podía hablar tratando de tragarme el montón de papas fritas que me había metido en la boca.

“Casi la cagué -pensé para mis adentros.

Los papás de Héctor se reían.

Yo sabía muy bien quienes eran las chicas a las que Héctor siempre declaraba su amor. Primero estaba Andrea una niña rubia y de tez blanca, muy correcta y femenina. Daba la impresión de la típica niñita destacada de un colegio de monjas. Envidiábamos su colación, siempre había un chocolate de marca Trencito que comía sin pudor mientras la mirabamos con admiración y deseo, …por el chocolatito obvio. Por otra parte estaba Claudia, una de las mejores amigas de Andrea, de grandes anteojos que le daban un aire intelectual parecido al de Vilma de la serie animada Scooby Doo. Si efectivamente era muy buena alumna. Era de a las que le pedías el cuaderno cuando te faltaba materia.

Héctor en sexto básico había tomado la decisión de pedirle pololeo a Claudia, es que Andrea tenia demasiados pretendientes y veía a Claudia con más posibilidades, pero yo pensaba lo contrario, es que esas chicas inteligentes e intelectuales son difíciles de complacer. Decidió que el momento justo era la gira de estudios que se haría a fin de año. Yo lo aconsejé y le di valor. Pero resulta que yo era el menos indicado en esos temas, todo lo que podía saber al repecto lo había aprendido de las novelas rosas que leía en las revistas de moda de la abuela María.

El día propicio en la gira ya habia demasiada expectación, Héctor fue demasiado solemne, le regaló a Claudia una cadenita. Creo que se sintió avergonzada y lo rechazó. Fue el primer corazón roto que vi. Pero a los once años esos golpes pasan rápido.

Mientras almorzabamos, una mosca que merodeaba la mesa captó mi atención. Hace poco había visto una película de Kung Fu de Jackie Chan, El Puño de la Serpiente, en la que como parte de su entrenamiento atrapaba moscas en el aire.

-Oye yo puedo agarrar esa mosca en el aire, igual que Jackie Chan -le dije en voz baja.

-A ver hazlo -me desafió.

Esperé a que la mosca se acercara lo suficiente y lancé mi mano hacia ella tan rápido como pude. Claro que sabía que no la atraparia, la mosca para mi es la obra de ingeniería más perfecta que se haya hecho, también es lo mas feo que existe. Pero verla volar haciendo todos esos cambios de velocidad y giros imposibles es un verdadero placer.

-Héctor la tengo en mi mano -dije en broma.

-A ver, ábrela -me contestó curioso.

Abrí la mano lentamente y para mi sorpresa ahí estaba la mosca toda reventada entre mis dedos.

-Waaaahh!! -exclamamos al unísono.

-A que asquerosidad están jugando, estamos almorzando -dijo la mamá de Héctor -vayan a lavarse las manos.

No quiso retarme sólo a mí, yo era el invitado estelar y todavía no empezábamos a estudiar. Así que Héctor también tuvo que ir al baño.

Después de repetirme las papas fritas y comer el postre, Héctor me desafió a un partido de ajedrez. El deporte familiar, tanto así que el papá pertenecía al club del pueblo. En el living había un tablero de mármol y  me senté a un extremo.

-No podemos usar ese ajedrez -me advirtió Héctor. Entendí inmediatamente y supuse que era como esas biblias de tapas de cuero y letras doradas que se ponen en un atril en las casas, y que siempre están abiertas en  la misma página. Este era un ajedrez que estaría siempre en la misma jugada. Pensé en cuantas cosas lindas que a veces son las más tristes y monótonas.

-Bueno en el que sea -soné desafiante -te cedo las blancas.

Hace un año, había sido derrotado en el ajedrez vergonzosamente con dos jaque mate pastor seguidos por Yerko, un compañero de curso. Siendo un buen jugador, había aprendido prácticamente solo y me di cuenta que me había faltado aprender algunas cosas básicas, así que pedí de regalo de cumpleaños un libro de ajedrez. Me gustaba mucho la defensa siciliana, que más que una defensa es un contrataque donde se abre con el peón del alfil de la dama y genralmente las blancas se ven obligadas a hacer el intercambio de piezas con el peón de la dama. Pero no era mi favorita por eso, sino que porque me gustaban las películas de la mafia, así que al ceder las blancas no entregaba ninguna ventaja.

El Sr. Herrera se paseaba simulando que no nos veía. Gané fácilmente y Héctor mirando a su papá me pidió la revancha. Entendí que esto importante para mi amigo, no me esforcé tanto, pero para que no se notara reclamé cada jugada en que Héctor tomaba ventaja. Finalmente perdí y declaramos que esto había sido un empate épico. El Sr. Herrera nos miraba con aprobación. El empate lo debe haber dejado satisfecho, yo había llegado con el cartel de “mateo”.

La verdad es que no estudiamos mucho. No sabía enseñar, ni por donde partir, asi que me dediqué a hacer los ejercicios de las tareas que no había hecho mientras Héctor me miraba y conversaba de cualquier otra cosa, claro que a la vez él iba copiando lo que yo hacía. Supongo que no aprendió nada y tampoco le pregunté , yo estaba mucho más interesado en hablar de Kaprona.

Héctor hablaba mucho de su papá, lo admiraba. Mis padres se habían separado cuando yo tenía dos años y a mi padre lo dejé de ver a los cuatro, por lo tanto, no sabia lo que era tener uno. Mientras más hablaba Héctor un sentimiento de envidia crecía en mi, durante varias semanas hubo momentos en que lo odiaba y no sabia por qué. … Y quizás por eso al día siguiente conté lo de las baldosas.

Kaprona Capítulo 5: El Llamado

Esperé con ansias que amaneciera, traté de dormir, pero los sueños sobre Kaprona, esa tierra que estaba a punto de descubrir eran demasiado vívidos. El olor a tierra húmeda, la niebla espesa y dulzona que se me pegaba a la piel y los ecos de las voces de las hadas y duendes que se ocultaban hacían vibrar mis sentidos. A ratos despertaba , la oscuridad y silencio de mi habitación me recordaban dónde estaba. Sin conocer Kaprona ya estaba impregnado por ella.

En la tarde había preparado un sándwich, al que le puse una generosa capa de manjar y agregué unas nueces. Pensé que sería lo mejor para recuperar energía si es que el viaje resultaba ser agotador. Lo envolví con dos servilletas y una bolsa plástica. Hice espacio en mi maletín negro tipo James Bond que usaba para llevar mis cuadernos al colegio, teniendo cuidado de que no quedara muy apretado.

Decidí que no llevaría mi cantimplora que me habían regalado en navidad, seria demasiado evidente y nos podía dejar al descubierto. Supuse que entre tantos frondosos árboles el agua seria abundante. Ahora por experiencia sé que no siempre es así y llevar agua es lo mas importante, pero a esa edad la única experiencia que tenía era la de las películas de Tarzán.

No tuvo que sonar la alarma. A las 6.30 ya estaba levantado y revisando el plan de la excursión. Tendríamos que encontrar la forma para ir detrás del gimnasio sin ser vistos por nadie. Nadie significaba nadie, inspectores, profesores, auxiliares y por sobre todo compañeros, es que a esa edad la lealtad es mas difusa, bastaría un poco de presión para que fueramos delatados.

La parte de atrás del gimnasio era una franja de no más de tres metros de ancho entre la pared posterior del edificio y la muralla natural del cerro. La ladera había sido cortada verticalmente para construir ahí el gimnasio y después con el tiempo la zarza y otras malezas espinosas habían cubierto la tierra antes desnuda. Acceder a ese lugar parecía simple, pero el miedo a ser descubierto era tan grande que muy pocos se atrevían. Los inspectores frecuentaban el único acceso. Se me ocurrió que si los cuatro nos sentábamos a un costado a conversar, podíamos encontrar una ventana de tiempo donde nadie nos observara. Hasta el momento nuestro historial de buen comportamiento nos hacía invisibles a los inspectores y eso era una ventaja.

Al llegar al colegio nos saludamos como si fuera el retorno de las vacaciones, notaba la excitación en mis compañeros. Durante las clases nos hacíamos señas para recordarnos entre todos que ya habíamos jurado lealtad y no cabía la posibilidad de arrepentimiento.

Finalmente el molesto ring del timbre eléctrico anunciaba el recreo largo, ese de gloriosos treinta minutos que partía a las 11.30 am. Gracias a ese recreo se que hay muy pocas cosas que no puedes hacer en treinta minutos y a diferencia de la mayoría, para mi el día se divide en cuarenta y ocho espacios de media hora.

Unos cincuenta metros nos separaban desde nuestro edificio hasta el gimnasio. Me di cuenta que no habíamos mencionado Kaprona durante toda la mañana. Al llegar a la entrada del pasadizo trasero nos detuvimos a conversar por primera vez.

-Flavio vigila que nadie nos vea. -me dijo Nelson -apenas des la señal caminamos rápido hacia el pasadizo.

-¿Qué señal? -pregunté, no me acordaba que hubiéramos acordado una señal.

-Cualquier señal weon, pero no grites – dijo Rodrigo riéndose.

Me ubiqué a unos metros de mis compañeros en una esquina dónde tenia visión completa del patio. Al cabo de unos segundos creí visualizar el patrón de vigilancia del Travolta, un inspector joven recién llegado al que le habíamos dado ese apodo por su parecido a John Travolta de la película Fiebre De Sábado Por La Noche. Era profesor de educación física, pero aun no tenía un curso asignado y provisionalmente estaba trabajado a la inspectoría, la temida policía del colegio a cargo del Señor Gómez. Este último tenían el poder de definir o cambiar las sanciones a su antojo, incluso llegar hasta la expulsión y vaya que si lo sabíamos todos. El Sr. Gómez no solía abandonar su oficina y se dejaba ver muy poco, generalmente solo te podías comunicar con él a través de su amable y silenciosa secretaria, la Srta. Eliana. Cuando se dejaba ver con su enorme barriga por el patio, todo se detenía, no importa lo que estuvieras haciendo, no pateabas ese penal, soltabas la mano de la chica que te gustaba, guardabas tu sándwich en el bolsillo, escupías el chicle de tu boca, cubrías con la mano ese botón que faltaba en tu delantal, … todo paraba, …todo se ocultaba, … todos callábamos. Pocas veces he visto tanto poder.

Pero el Travolta no era el Sr. Gómez, sólo era el Travolta y al Travolta le gustaba el fútbol y se entretenía viendo esos desordenados e imporvisados partidos que se organizaban entre cursos en el recreo. Sólo tenía que esperar alguna jugada de peligro en el arco más alejado. Eso no tardó en suceder.

-Ahora! -dije fuerte aunque sin gritar.

-¿Ahora que? -preguntó Héctor. Los tres me miraban sin hacer nada.

-Esa es la señal weon!! -dije con rabia. -¿para que me dicen que inventé una señal si no va a hacer nada cuando la de?.

No terminé de protestar cuando ya habían desaparecido por detrás del gimnasio. Volví a mirar hacia el Travolta y me moví rápido, pero sin correr, hacia donde habían ido mis compañeros. Rodrigo no perdía el tiempo, se había adelantado bastante y estaba metido entre la maleza buscando algo. Al acercarme me di cuenta que lo que se veía de frente como una muralla de malezas de costado tenia una entrada que solo se notaba a muy corta distancia.

-Acá está -dijo Rodrigo. Y se tomó de una rama alta. Con los pies se apoyó en las raíces y fue subiendo como un mono por la resbalosa y húmeda pared. Una vez arriba se acostó aferrándose con la mano izquierda a una liana y asomando medio cuerpo extendió su brazo derecho hacia nosotros. -Flavio que suba Héctor primero.

Con nuestras manos hicimos apoyos para los pies de Héctor, mientras Rodrigo lo tomaba del brazo para subirlo. Después siguió Nelson con el que seguimos el mismo procedimiento.

Finalmente fue mi turno. Use la misma técnica de Rodrigo pero en vez de la liana usé su brazo, es que por mi baja estatura la liana no estaba a mi alcance.

-¿Ven? Fue fácil -nos dijo Rodrigo. -Ahora hay que entrar agachados por aquí -señaló una especie de túnel pequeño formado por malezas y coligües.

No tendríamos que arrastrarnos, lo que era bueno. Seria difícil explicar el barro en nuestras rodillas a la vuelta a clases. Era oscuro pero se veía luz en el otro extremo a sólo unos cuantos metros.

Una vez al otro lado del pequeño túnel. Todo era distinto, casi era como lo había soñado la noche anterior. La luz penetraba a través del frondoso follaje en delgados rayos que se difuminaban al tocar la niebla que se levantaba sólo unos cuantos metros. El olor no era a tierra mojada, era diferente, algo especial, se mezclaban los aromas de los pinos, moras y otros vegetales. El piso era esponjoso por una rica capa de humus que quizá durante cientos de años nadie había pisado.

Me di vuelta a mirar extasiado a mis compañeros. Nelson y Héctor tenían la corbata de colegio en la cabeza, como si fuera un cintillo indio y sus pantalones estaban metidos dentro de los calcetines, sólo a eso último le encontré un sentido práctico, Rodrigo y yo les copiamos

-¿Para qué es la corbata en la cabeza? -dije divertido.

-Es para reconocernos con más facilidad. -me contestó Héctor.

-Pero weon, no hay nadie más , la corbata se va a llenar de la grasa de la cabeza. -protesté. Miré a Rodrigo que se reía mientras se ponía el cintillo, así que finalmente hice lo mismo.

Yo sólo quería adentrarme en el bosque, pero Nelson me detuvo y agregó.

-Esperen, necesitamos tener un llamado. Uh Uuh Uh Uuh. -hizo un sonido parecido al de un Búho.

-Uh Uuh Uh Uuh. – Repitió Héctor

-Uh Uuh Uh Uuh. – Rodrigo también hizo el llamado.

-Ug Uug Ug Uug. -ese fui yo, es que no se me dan esas cosas.

-Uggg Ug -repetí y mis amigos rompieron a reír.

-Cómo tan mal Flavio, es fácil Uh Uuh Uh Uuh – me dijo Nelson. Los demás repetían el llamado.

-No me va a salir eso, Ug Ug es mi llamado ya lo saben. -le repliqué mientras no parábamos de reírnos.

Nos detuvimos a mirar por donde empezar. Efectivamente había un sendero, pero se veía que no era de uso frecuente, quizá solo era utilizado por los delicados y etéreos entes que yo imaginaba.

Finalmente Rodrigo se decidió y empezó a caminar por el sendero. Yo lo seguí con cuidado de respetar el lugar donde estábamos, pensé que probablemente eramos los primeros humanos en pisar esa tierra.

No caminamos más de cincuenta metros ese día, porque todo era nuevo para nosotros, cada descubrimiento era señalado con Uh Uuh Uh Uuh o Ug Ug. Un árbol muy alto Uh Uuh Uh Uuh, una piedra de color extraño Uh Uuh Uh Uuh, un pájaro desconocido que nos observaba Uh Uuh Uh Uuh.

Inmediatamente supimos que nunca nos faltaría que comer, había abundancia de: moras verdes, rojas y moradas, las nalcas de un tamaño que jamás habíamos visto, matas de ácido culli y lo que finalmente se convertiría en nuestro principal alimento, el maqui ese fruto pequeño de color negro azulado.

Rodrigo tomó un puñado de maqui y se lo zampó en un solo movimiento. Después abrió su boca para que todos viéramos como se le había teñido de azul desde su lengua hasta los dientes.

-Uh Uuh Uh Uuh-dijo Héctor indicando la boca de Rodrigo y nuevamente todos nos largamos a reír mientras comíamos maqui en forma desenfrenada.

Mientras volvíamos, creí escuchar un lejano tambor, era un sonido rítmico y grave, puuum paf, puuum paf…. quizá era mi imaginación y ya habría tiempo de verificar, lo mejor era no preocupar a mis amigos.

Kaprona Capitulo 6: Pide Un Deseo

Yersinia Pestis, una pequeña bacteria había exterminado casi dos tercios de la población de Europa en el Siglo XIV. Lo mencionó sin darle mucha importancia nuestro profesor de historia mientras estudiábamos las materias relacionadas al Renacimiento, uno de los cambios culturales, sociales y técnicos más importantes de la humanidad.

Mientras el profesor hablaba del Renacimiento, yo no podía dejar de pensar en todas esas almas que habían desaparecido, en el terror, la impotencia y en el dolor. Imaginaba a las masas caminando entre medio de la podredumbre y el hedor de ciudades grises y húmedas en decadencia.

Los señores feudales que estaban “designados”  por Dios para ser los dueños, guías y protectores  de sus vasallos habían sido abatidos sin piedad, habían perdido la bendición, ante la Muerte Negra no eran más que plebeyos. La Fé tampoco había sido de ayuda para los sacerdotes. La Peste no supo de Dios o quizá se le rebeló. Un nuevo orden surgiría después del caos.

-Flavio, despierte –me dijo el profesor mientras se reía al mismo tiempo que mis compañeros.

-No estaba durmiendo, sólo pensaba en… -dije avergonzado.

-Primero ponga atención, si no aprende, no tendrá nada en que pensar –seguían las risas.

-Disculpe, profesor –asentí, no quería arriesgar el recreo y la expedición que haríamos a Kaprona en un rato más.

Una vez en Kaprona, Rodrigo nos guió hacia una nueva ruta, la ruta de Las Lianas la llamó.

-Te puedes mover entre los árboles como Tarzán –nos dijo entusiasmado.

Caminamos por sobre una huella que se asomaba apenas sutil por sobre húmedos pastizales. Después de mucho andar llegamos a un bosque que crecía junto a una quebrada, más abajo se distinguía un riachuelo que cristalino bajaba por entre rocas cubiertas de musgo.

Los árboles eran muy altos, no podíamos ver bien donde terminaban sus densas copas y desde ellas caían las lianas de las que nos había hablado Rodrigo.

Nos quedamos mirando el bosque con respeto, con ese silencio que sólo puede provocar una belleza virgen recién descubierta.

-Son firmes –nos dijo Rodrigo mientras daba un tirón a una de las lianas para graficarlo.

Nosotros seguíamos en silencio mirando ahora la quebrada y el riachuelo que se movía unos veinte metros más abajo.

-OoooOOOO ooooOOO  ooohh!!!! –Imitando el grito de tenor de Tarzán, Rodrigo había saltado quebrada sujetando una liana con una mano.

-Este huevón se va a matar! -dijo Héctor mientras me daba un empujón, como queriendo decirme “haz algo tú”.

Cuando la liana se tensó, Rodrigo se balanceó con las piernas para tener más impulso y con la mano libre alcanzó otra liana que pendía por sobre el riachuelo, luego con un nuevo balanceo alcanzó la otra orilla de la quebrada.

-Bravo, te pasaste –le gritó Nelsón. Todos aplaudíamos.

Con una gran sonrisa Rodrigo nos saludaba desde el otro lado.

-¿Vieron? , es fácil.

-¿Fácil?, es muy peligroso –lo dije y realmente lo sigo pensando.

-No sean gallinas, es muy divertido – contestó Rodrigo desde la otra orilla, mientras hacía nuevamente su acto de trapecismo , este vez viajando de vuelta.

Nelson tomo una liana, pero dudó en tomar la siguiente y dando un giro retornó.

-Esto es de lo mejor! -exclamó y le alcanzó la liana a Héctor, quién hizo el mismo viaje que Nelson.

Después de varias pruebas con una sola liana, finalmente nos decidimos a cruzar la quebrada. Cosa que resultó ser bastante sencilla para los tres. Rodrigo nos miraba con superioridad, nos hacía indicaciones técnicas y dirigía nuestro entrenamiento.

Una vez que estuvimos en la otra orilla, Rodrigo que se había quedado atrás para asegurase que no nos acobardáramos, anunció que haría un salto más arriesgado.

-Voy a tomar vuelo y de un salto voy a agarrar la liana más alejada sin usar la primera –a esa altura le creíamos todo, así que le dimos ánimo.

Contó diez pasos hacia atrás, se escupió sus manos y después se las limpió en los pantalones. Hizo unas cuantas inspiraciones y exhalaciones profundas.

-¡Reeeespetable público, les pido silencio!, ante ustedes se presenta por primera vez y quizá la últimaaa, el hombre que inspiró a Edgar Rice Burroughs para crear al mítico Tarzán –dijo de pronto Héctor, el eco de la quebrada le daba mayor solemnidad a su anuncio.

-Este hombre fue criado entre tribus aún no descubiertas, donde se le ungió con poderes secretos provenientes de los espíritus del viento –continuó Héctor –esta veeeeez…. llevará sus talentos inhumanos a un extremo jamás visto por sus antepasados…

Entre risas aplaudíamos, no sé si a Héctor o a Rodrigo.

Héctor hizo un ademán para indicarle a Rodrigo que era el momento. Instintivamente aguantámos la respiración mientras Rodrigo corría hacia la quebrada. Dio un gran salto y con ambas manos alcanzó la liana que pendía por sobre el riachuelo, aplaudimos a rabiar… un sonido seco cortó nuestro entusiasmo, la liana cedió y Rodrigo se azotó con fuerza contra la ladera en nuestra orilla de la quebrada.

Estábamos helados, Rodrigo no se movía. Bajamos lo más rápido que pudimos.

-¿Estás bien? –le gritaba Nelson. No contestaba y percibíamos apenas un ligero temblor, como si estuviera en un shock de esos que dan en las películas cuando estás a punto de morir.

-¿Crees que esté agonizando? –Me preguntó Héctor. –No lo muevan –nos advirtió acto seguido.

Con mucho cuidado y miedo empezamos a darlo vuelta. En ese momento sentimos la risa de Rodrigo.

-Ay ay, me saqué la cresta, ja ja ja, me duelen las costillas – se quejaba y se reía. Aliviados nosotros también.

Pronto se reincorporó como si nada y subimos a ver que había de este lado. Seguimos la corriente del agua para no perdernos hasta que llegamos un lugar donde el agua se apozaba, en el centro había una isla de no más de no más de cinco metros de diámetro, en ella crecía un pequeño árbol, casi era un bonsái.

Nos sacamos los zapatos y arremangándonos los pantalones por sobre las rodillas caminamos por el agua hacia el islote. Del arbolito colgaba una fruta diminuta de color rojo que no conocíamos. Acordamos que era un lugar mágico y nos tendimos de espalda en la arena para recibir su bendición.

-Flavio, cuéntanos la historia de este lugar –me pidieron. Asentí, cerré los ojos para concentrarme y las palabras brotaron solas de mi boca:

-Yersinia Pestis –murmuré sin saber por qué.

-¿Qué dijiste? –preguntó Nelson, a él le gustaban las palabras y sonidos raros.

-Yersinia Pestis , así se llamaba la bacteria de la peste Bubónica. ¿Se dan cuenta que sin la Peste Negra, el renacimiento no habría sido posible?

-Qué estuviste fumando Flavio –se rió Héctor.

-Déjalo que siga, suena divertido –dijo Rodrigo mientras continuaba sobándose las costillas.

-La peste barrió con la idea Teocéntrica y dio paso a una nueva cultura centrada en el hombre y la ciencia. Esa energía que se le robó a millones de almas se entregó a los que quedaron para crear un nuevo ciclo de desarrollo…

-No entiendo –dijo Nelson. –¿A dónde quieres llegar?

-Recuerdan, nuestra primera clase de Física –negaron con la cabeza, pero continué –la primera Ley de la Termodinámica, dice que la Energía no se crea ni se destruye. Sólo se transfiere de un lugar a otro, solamente se necesita una acción, un catalizador para lograr ese intercambio.

Me puse de pie y alcé la voz:

-¡Este pequeño fruto que ven ahí tiene el poder de cambiar la energía! Sólo basta con desear algo y les será concedido, pero…. y hago énfasis en esto, deben tener en cuenta que lo que se les otorgue a otro le será arrebatado.

-Ja ja ja –Es la historia más huevona y mejor que te hemos escuchado Flavio.

-No sé cómo se me ocurrió – y de verdad que no lo sabía.

-¿Dices que si como la fruta puedo pedir un deseo? –preguntó Nelson.

-Eso dije -¿lo había dicho realmente yo?. –Pero no lo intentaría, esa fruta puede ser venenosa.

No terminé de decir mi última frase cuando Nelson ya se había tragado la fruta. Héctor y Rodrigo no paraban de reír.

-¿Cuál fue tu deseo? –preguntó Rodrigo.

-No lo puedo decir, además ni siquiera debe ser verdad, es una historia que inventó Flavio, sólo lo hice de broma.

Días después, la profesora de matemáticas empezó a entregar las calificaciones de nuestra primera prueba. Yo no ponía mucha atención, de verdad que no me interesaba la nota, siempre la sabía con relativa certeza, nunca la mejor, pero siempre bien, lo suficiente para que mi mamá no me exigiera estudiar, pero no tan buena como para sentirme exigido a estar en los primeros lugares.

Las pruebas se entregaban en voz alta en orden descendente de calificación. Al ser nombrado cada uno debía pararse y caminar hacia la profesora para recibir su prueba y por supuesto el comentario de aprobación o reprobación según fuera el caso.

La verdad que lo único que me interesaba era ver las sexys piernas enfundadas en esas medias negras caladas de la Srta. Mozzini . Además ya me sabía el orden de entrega de las pruebas, era demasiado predecible, primero Ana María, después Alejandra, Soledad y seguidamente Lisandro, el único de los hombres que estaba a la altura de las mejores alumnas del curso. Y así fue:

-Ana María un siete –Ana María se levantó y con la tranquilidad que da la costumbre retiró su prueba. -muy bien como siempre.

-Alejandra un siete, este año parece vas muy motivada.

-Soledad un siete…que alumna más aplicada -continuó la Srta Mozzini.

Yo solo seguía atento al cambio de cruce de piernas que la Srta. Mozzini hacia cada cierto tiempo.

-Nelson un siete.

-Wow! ¡Bieennnnn!!!  -se escuchó desde el fondo de la sala, era Nelson que corría hacia adelante. Recibió la prueba y se arrodilló besándola hacia el cielo. Lo aplaudí como todos con entusiasmo, es que esa nota no era para nada común en él, más bien era del promedio para abajo.

Yo recibí mi seis correspondiente, así que todo habría sido como de costumbre, …sino se hubiera escuchado lo siguiente al final.

-Lisandro un tres.

-Ooohh -fue el coro que se escuchó por toda la sala.

Miré a Lisandro al igual que todo el curso, el caminó con vergüenza y sorpresa. Seguidamente miré a Nelson, pero el no se dio cuenta, seguía besando su siete.

El resto del año siguió igual, Nelson entreverado entre los mejores alumnos, celebrando cada resultado de rodillas y Lisandro ahora con una nueva realidad, luchaba por pasar los cursos.

Muchos años después le pregunté a Nelson por su deseo y si tenía algo que ver con sus calificaciones, sólo se rio.

-Flavio, eres el único que se acuerda de eso. Fue un cambio que sólo se dio, de un día para otro entendía todo y las notas se dieron solas. Ni mi madre se acuerda.

Pero a mi me cuesta olvidar… Yersinia Pestis.