Cuentos de quien no sabe lo que hace

Autor: Flavio (Page 1 of 4)

La Musa

En los antiguos días de Egipto, cuando los faraones gobernaban y los dioses caminaban entre los hombres, había una musa conocida como Hecme. No era un nombre común, ni se la conocía entre las masas, pero en los rincones más recónditos de los palacios y los templos, donde los poetas y los escribas pasaban sus días y noches, Hecme era una figura de respeto y admiración.

Hecme no era como las demás musas. No llevaba los vestidos esplendorosos de Isis ni tenía la aterradora presencia de Sekhmet. En cambio, era tan sutil y silenciosa como la suave brisa del desierto, llegando a los escritores en momentos de bloqueo creativo o cuando sus palabras no podían expresar las profundidades de sus emociones.

Tenía un don especial para ayudar a los poetas. Sus susurros eran como hilos de oro, tejiendo ideas y palabras en sus mentes. Los inspiraba con visiones de estrellas danzantes y ríos de luna, de amores perdidos y batallas ganadas, de los misterios del Nilo y las maravillas del firmamento.

Una vez, un poeta joven y ambicioso llamado Amenhotep luchaba por completar un poema para el faraón. Había intentado mil veces y mil veces había fallado. En su desesperación, invocó a Hecme, y ella acudió a su llamado.

Hecme se apareció a Amenhotep no como una visión radiante, sino como un suave murmullo en su oído, una corriente de pensamientos e imágenes que llenaron su mente. Le habló de la grandeza del faraón, de su coraje y sabiduría, de su amor por Egipto y su gente. Le mostró visiones del faraón como un león en la batalla, como un halcón en el cielo, como el sol en su apogeo.

Inspirado por las palabras de Hecme, Amenhotep escribió un poema tan bello y poderoso que se convirtió en una leyenda en todo Egipto. Y desde ese día, cada vez que un poeta buscaba inspiración, invocaba a Hecme, la musa silenciosa, la portadora de las palabras de oro.

Y así, aunque su nombre no se conocía entre las masas, en los rincones más recónditos de los palacios y templos, donde las palabras cobran vida y las historias se eternizan, Hecme vivía en cada línea y cada verso, en cada poema y cada canción, en la pluma de cada poeta y en el corazón de cada lector.

Hola, Salí A Caminar

El 2020 fue un cambio para todos. El virus no llegó a tocarme, pero de alguna forma inexplicable, fracturó algo en mi interior. Dejé de escribir, no por incapacidad, sino porque parecía que se había apagado mi última chispa de magia.

No era que hubiera sufrido, simplemente no había interés. Hasta que… bip bip, o brrp brrip, el sonido sutil de mi celular vibrando.

-Hola, salí a caminar- Un mensaje conciso de Whatsapp que interpreté como una invitación implícita.

Ella caminaba bajo el dorado sol del atardecer, mientras yo observaba desde mi ventana cómo el viento de invierno agitaba los matorrales.

Me la imagino sonriendo mientras escribe, frunciendo el ceño y molestándose cuando mis respuestas no aciertan. De vez en cuando se detiene, lee, corrige, borra y vuelve a escribir.

Ahora, puedo verla sentada en un banco de cemento frente al mar, con la cabeza inclinada sobre su celular. Se aparta el cabello de la frente, pero una suave brisa se encarga de devolverlo a su lugar. Toma el celular con ambas manos, ejerciendo una leve presión, y luego levanta la vista antes de retomar su caminata.

Aquí, el viento se ha detenido y el tiempo parece haber hecho lo mismo.

No ha ocurrido nada extraordinario, solo una tarde de invierno hecha de palabras y melodías, de sol y viento.

Tras cuatro años, solo hizo falta un suceso insignificante para que volviera a tomar el teclado. Algo tan monumental como una pandemia consiguió apagarme, y sin embargo, la magia de un momento tan diminuto fue suficiente para reavivar esa chispa. Solo nosotros dos lo sabemos.

El Espacio Entre Nuestros Sueños

— No despiertes, quédate aquí conmigo — me susurró al oído.


— Tienes que acompañarme — le dije mientras la trataba de arrastrar hacia la luz del día. — Eres demasiado real para que sea un sueño

Iba despertando, quería hacerlo, porque esto tenía que ser de verdad, pero a medida que yo la dejaba de ver con mi mente y la miraba con mis ojos, ella se desvanecía. La seguía sintiendo en mi piel, solo nuestro contacto le daba la densidad de la carne y la viscosidad del sudor. El resto de su cuerpo era como una neblina: — Hada, Ángel o Demonio ¿a quién le importa?

— No por favor, no hay dos sueños iguales —me decía entre lágrimas. — No hay otra entrada ni otro momento para mi universo ¿Es que no lo logras entender?

— Entonces ven al mío!! — la abracé con fuerza. Ahora ya estaba casi totalmente despierto, pero aún de manera increíble seguía dentro del sueño.

Pero duró pocos segundos, el ruido de la calle, el ladrido de los perros, y por último la alarma de las 6:30 del viejo reloj a cuerda hacían demasiado evidente mi mundo y a ella la devolvían a donde pertenecía. Aún sentía su cara en mi cuello, y solo al ponerme las manos me di cuenta que era un eco de la sensación, ella ya se había marchado.

Con rabia golpee el reloj para que dejara de campanear, cerré mis ojos para volver, pero como ustedes saben, no se vuelve a los sueños y mientras más lo intentamos solo logramos olvidar.

Me paré tan rápido como pude para escribir, garabatear, dibujar o lo que fuera; quería retener cada detalle, pero ya era imposible, el universo al que había entrado respondía a otras leyes fisicas y químicas, no encontré las palabras para describir nada de su color, textura, sabor, sonido ni aroma. Incluso el tiempo y el orden en que transcurrió no lo podría cuantificar ni enumerar.

Hada, Demonio o Ángel no habrá recuerdo de nuestro encuentro, solo quedarán esos esquivos segundos de la separación al despertar, en ese frágil y fugaz lugar donde se tocaban su universo y el mío.

Y así se creó otra pequeña joya que guardo en el cofre de mis recuerdos, esa cajita de las que les conté alguna vez, esa que será lo único que cargaré en mi viaje cuando todo lo de este mundo ya no importe.

La Sala De Espera


“No te soporto más”, susurró ella con una voz que apenas rompía el silencio.

“Me da igual”, replicó él con indiferencia. “Antes me importaba, pero ahora…”.

Habían elegido un rincón para sentarse, a escasos dos metros de donde me encontraba. La sala de espera del centro de psicología era amplia, pero no lo suficiente como para mantener una conversación en privado.

Mi instinto me incitaba a levantarme y buscar otro asiento lejos de ellos, pero el pudor me anclaba a mi silla. No quería que se dieran cuenta de que había sido testigo de su disputa. Así que me sumergí en mi celular, deslizando el dedo por la pantalla sin realmente leer ninguna noticia.

“¿Antes? Nunca me escuchaste”, continuó ella, su voz teñida de resentimiento. “Perdí quince años de mi vida contigo. Y lo único que quiero ahora es hacerte sentir un poco de lo que me hiciste sentir”.

“Es por eso que no hablo contigo”, le espetó él. “Tú comienzas estas discusiones, en cualquier lugar, y ya sabemos cómo terminan”.

Intenté convertirme en una estatua, mi única señal de vida eran mis dedos desplazándose sobre la pantalla. Me esforzaba por no escuchar, pero sus voces se elevaban con cada palabra, consumidos en su propio mundo de agravios.

“No entiendo por qué me humillaste así en el trabajo y ahora también tengo que lidiar con la fiscalía”, lamentó ella, la frustración evidente en su tono.

“Yo no seguí con la denuncia, esa es solo una citación. Podrías no ir”, le respondió él, su voz bajando a un susurro.

“Me siento muy mal, Javier. Estoy cansada de todo esto”, confesó ella, su voz ahora un hilo débil.

“No vayas a la fiscalía, no va a pasar nada. Esto no debería haber llegado tan lejos. Me vi obligado”, murmuró él, casi inaudible.

“No es eso”, dijo ella, su voz temblorosa. “Estoy cansada de todo, en general”.

Sus palabras se clavaron en mí, transformando la tensión que había sentido en una profunda tristeza. Algo en su confesión me hizo sentir como si el mundo a mi alrededor se volviera más sombrío.

De reojo, capté un movimiento delicado por parte de él. Giré la cabeza ligeramente para verlo tomar sus manos entre las suyas, llevándolas a sus labios para depositar un beso suave.

Ella no se resistió, y aunque no se movió, las lágrimas que resbalaban por sus mejillas eran elocuentes. Estaba todo bien, o al menos así quería creer.


Los Consejos Del Coronel

Mi amigo, El Coronel, durante su carrera militar y fruto de una disciplina que bordaba en el ascetismo (de todo menos lo carnal), acumuló un sin número de enseñazas, proverbios y doctrinas; que yo humildemente como su discípulo tengo el honor de compartir.

¡Un buen pescador obtiene el mejor pescado, no solo con una buena carnada sino con paciencia!!…

La gota de agua con insistencia puede perforar hasta la roca más dura.

La leopardo al estar acorralada y herida muestra sus dientes y garras como última defensa.

No dejes que nadie te diga no, cuando las estrellas ya dijeron que sí.

Las cosas son tan evidentes como el salmón sobre la cascada.

La mirada del águila para buscar su presa es desde las alturas, sus garras en cambio, certeras y fatales atrapan al incauto que no supo mirar al cielo.

La grulla busca al pez para convertirlo en pescado, tu pequeño discípulo busca a la soñadora para convertirla en tu presa.

El mono baila entre los árboles como aquella bailarina que lo hace en con gracia y belleza al compás de una tonada
¿Mi pregunta joven discípulo, quien se come el plátano el mono o la bailarina?

No importa cuánto le des, al igual que con el tubo de pasta de dientes, siempre queda algo para la última cepillada.

El carbón que fue madera se gasta a medida que se frota sobre la roca, sin embargo, esta última cae con el correr del agua, ¿Quién es más fuerte? ¿el carbón que fue un árbol, la roca o el agua?.

El camaleón cambia de color, pero no para ocultarse, es para ser uno con la naturaleza y atrapar a la mejor presa.

El camaleón cambia sus colores en busca de la confusión, esta última será su herramienta para huir del adversario poderoso o capturar a la presa ingenua.

No seas tan blanquito weón , el mundo también es plomo…y negro
No nos pongamos débiles a mitad del combate,
Muchos combates se ganan por pura actitud.

El pájaro carpintero pica la dura corteza del árbol con insistencia hasta lograr el hoyo deseado.

Una promesa es como el agua en un cántaro. Se rebalsa con notoriedad cuando se le agita y es invisible en la calma.

El tener un gran espíritu no está en jactarse de su grandeza, ¿o acaso la hormiga ostenta de su fuerza al cargar todo el peso de la tierra inmensamente superior cuando se dirige a su hogar?

La estrella fugaz cruza por los cielos orgullosa, ¿Acaso ese breve instante, la hace mas digna que el resto de sus hermanas mayores que titilan suavemente en una eternidad?

Cuando en el mar el pescado escasea. El choro que se aferra a la roca en la orilla también sirve.

Si no puedes ser el poeta, se tú el poema.

No es momento de detenerse por el miedo, ¿Acaso el rinoceronte duda en apagar el fuego en la sabana africana a expensas de ser atacado por el tigre implacable?

No te pongas barreras antes de tiempo y gana en experiencia, ¿Acaso el oso hormiguero discrimina los nidos, si sabe que siempre encontrará su alimento metiendo la lengua en el hoyo?

Fases de Ataque (aplíquese en todas los aspectos de la vida, sí sí sí en ese también)
En lo general
1.- Trabajo de aproximación
2.- Apresto
3.- Ataque propiamente tal
En este último
3a) Asalto: avance tortuoso, difícil por las líneas de defensa adversarias
3b) Irrupción, por sobre las posiciones adversarias
3c) Penetración
3d) Consolidación
3e) Persecución eventual

P.S. Después de que El Coronel vio esta publicación, me llamó para decirme que no se sentía merecedor de que sus eneseñazas salieran a la luz. — Maestro, ¿acaso es posible que con toda la grandeza de su mirada no sea capaz de ver la suya propia? — le contesté.

Retrato De Un Poema

¿Por qué elegiste mi barca? Entre miles de ellas, te subiste a la que menos conocías. Durante el viaje me preguntaste qué camino tomar para llegar, pero sin saber dónde. Me hablaste de varias casas que te esperan cuando te deje en la orilla. ¿A dónde vas?, no te pregunté, pero cuando llegue el atardecer, me sentaré en la penumbra a pensar en las calles que recorriste y dónde descansaras cuando caiga la noche.

Cada día que tomas mi barca me preguntas en qué casa debes vivir. No sé responder, solo sé preguntar y en cada respuesta tuya he encontrado las mías.

¿Dónde quiere vivir mi poema? ¿Entre las conversaciones de sobre mesa de las cenas del club? ¿Entre los hombres y mujeres cansados de la rutina de trabajar en edificios de cristal? Allí mi poema se tornará monótono y nostálgico como el paso del tren que se aleja.

¿Dónde quiere estar mi poema? ¿En la casa donde no saben leer su cuerpo con las manos, no saben escuchar con el corazón y no saben hablar con el aliento húmedo al oído? Allí mi poema se enfriará como el musgo que cubre una roca en la tundra en invierno.

En esos lugares, necesitarías un infinito y aun así nunca llenar la oscuridad en la noche. Pero al Sol le basta solo un instante para cubrirla de luz al amanecer. Allí, allí quiere estar mi poema, en ese breve lugar entre el día y la noche, donde la magia se asoma por un frágil instante.

Ven a mi jardín poema mío, cruza por el bosque encantado, corre entre los trinos de los pájaros que se agolpan desordenados entre las ramas de los árboles para que los veas al pasar. Cuando llegues podrás sumergir tus pies cansados en mi tibio riachuelo y tenderte en mi prado abrigada por los rayos de sol que las nubes dejarán pasar solo para ti.

Cuando te tengo frente a mi te busco dentro de tu mirada. A ti, que me esquivas con frases y silencios, sin embargo, nuestros corazones se cruzaron en la maraña de caminos por un momento. Te acompañé ofreciendo todo lo que puedo darte. Cuando ya no me necesites ¿Serás un retrato plano sin el calor de la vida en mis recuerdos? ¿No hay entre todo lo que te he dado alguna lámpara que permanezca encendida en la eternidad? ¿Vendrás a darme las gracias cuando llegue a tu despedida con las manos vacías?

Entre los arbustos cruzamos nuestras miradas, quise decir algo, pero te marchaste. Ahora las palabras, las palabras que yo quise decir, flotan vacías y se extinguen como las chispas que crepitan en la fogata. Ahora por siempre, el sentimiento no confesado, se enciende ardiente al recuerdo frío de un retrato en mi memoria. Desde el fondo del espejo, la nostalgia y la pena llaman a mi poema con un eco atrapado en la eternidad.

La Puesta De Sol Será Al Amanecer

Estaba frente a ti hablando cosas mías, tu voz entró en mi voz y ya eran cosas tuyas.
Pedí un simple café, tú elegiste un agua de rosas,
entonces fue cuando el Sol se puso al amanecer.

Estaba frente a ti leyendo cosas mías, tu frotaste tus lentes con el borde de tu falda y ya eran cosas tuyas.
En la barra pedí un Jack, tú desde la mesa un champagne,
entonces fue cuando el Sol se puso al amanecer.

Estaba frente a ti escribiendo cosas mías, tu mano rozó mi mano y ya eran cosas tuyas.
Me senté simplemente a ver el mar, tu nadaste siempre alrededor,
entonces fue cuando el Sol se puso al amanecer.

Estaba frente a ti pensando cosas mías, me miraste sonriente y ya eran cosas tuyas.
Mi sombra no te alcanza en la noche, la tuya no me alcanza en el día,
entonces fue cuando el Sol se puso al amanecer.

Con esta canción la magia trató de unir las cosas mías con las cosas tuyas.
Yo insistí para que fuera verdad, tu dejaste que fuera mentira
Ya no queda tiempo, ahora la puesta de sol será al amanecer.

Demasiado Poco Para Una Eternidad

El viaje había sido largo, más de doce horas en avión llegaban a su fin. Se habían reconocido antes de sentarse en el asiento 21A y 21B: en el counter para dejar el equipaje, mientras buscaban el pasaporte en policía internacional — ella en su cartera, él en el bolsillo de su chaqueta — , a través de las fragancias espesas y dulzonas del Duty Free, entre el tumulto de la caminadora mecánica, a la distancia en la sala de abordaje número 16B. Apenas unas miradas tímidas y breves, sin sonrisas, bajando la mirada cuando se cruzaban.

Casi de inmediato se saludaron, cuando él se ofreció a ayudarla a subir su bolso de mano al compartimiento superior. Desde ese instante sin prisas, pero también sin pausas ni censuras, conversaron de sus vidas, del pasado, del presente y de sus ilusiones/miedos/creencias del futuro. Dos desconocidos habían redefinido todas las leyes de la física moderna, demostrando que bastaba menos de medio día para vivir una vida entera, o mejor dicho dos vidas completas.

— ¿Y ahora que aterrizamos…? —dijo ella cuando se encendió la luz de desabrocharse los cinturones.

—¿Ahora qué? —respondió con torpeza él—. ¿Ya no hay nada más de qué hablar? —pregunta retórica que era una certeza.

—Voy a recordar todo lo que hablamos, ¿en ti quedará algo de nuestras íntimas palabras? —todo en ella expresaba el anhelo.

—A mí…  a mí me gustaría olvidar —contestó mientras se paraba y suspiraba pesadamente—. Olvidar con la esperanza de repetir el momento —fue lo último que dijo antes de alejarse.

Dos vidas tan distintas, con tan poco en común y con tanto que pudo ser. Solo medio día forzado en la cabina de un avión los pudo reunir. Nada más que palabras sostuvieron fugazmente a dos almas en el mismo plano del universo, resonando en una frágil sintonía …sin tocarse, fue demasiado poco para una eternidad.

Dos Universos Infinitos Separados Por El Infinito

Pertenecemos a dos mundos divergentes, universos infinitos separados por el infinito. Nos es distinto el ayer, el hoy y el mañana. ¿Dónde estás y dónde estoy?.


Duermo para alcanzarte en mis sueños, no hay otro camino. ¿Alguna vez habitamos en el mismo lugar en el tiempo y el espacio?. ¿Quién nos arrancó del paraíso con los ojos vendados?.


La memoria de nuestro pasado y futuro se apaga tenue en el vacío. —¿Dónde puedo encontrar esos recuerdos? — me preguntas en mis sueños. —Sólo se que existen — te respondo resignado—, ¿en el día, acaso no están todas las estrellas detrás del cielo?.

Reflejos

La noche era tibia y húmeda, en el cielo apenas unos rastros de nubes difuminaban la luz de la luna. Por entremedio de los canelos surgió una figura frágil y ligera, apenas marcando sus huellas, como si tuviera alas en los pies. Se detuvo a la orilla del lago y permaneció inmóvil por largos minutos, con el sólo movimiento de su melena que se agitaba rebelde por el viento.


Había dejado pasar demasiado tiempo -pensó. Entonces suspiró hondo y susurrando algo parecido a una canción, tomó su vestido por sobre las rodillas y se adentró en el agua buscando su reflejo.


Daba pasos lentos e inseguros, lo que contrastaba con ternura con el ritmo suave de la hierba cimbreándose por la brisa nocturna. Con cada paso , pequeñas ondas se acercaban y alejaban; acariciaban y huían; descubrían y olvidaban al mismo tiempo.


Bajó la vista sin interrumpir su murmullo. Y como en un trance, fijó su mirada escudriñando en la profundidad, esforzándose por llegar al abismo. Apenas prestaba atención al espejo de la superficie, donde la imagen se detenía y luego se distorsionaba en hipnóticas ondas. 


“Ecos de nada -se dijo con angustia. Es que había cambiado… y como la mayoría de las veces sucede, fue en forma lenta, imperceptible y despiadada.


Detuvo su canto y con un grito ahogado en lágrimas retenidas, le rogó al Ngenechen que habita en el fondo del lago:


-¡Devuélveme el reflejo de lo vivido!

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