Desperté temprano, un poco antes del amanecer, con ese sentimiento de que durante el sueño ‘algo’ se me había revelado, intuido, aclarado o propuesto -quizás me faltan adjetivos- ; sólo sabía que lo soñé pero no específicamente qué.

-¿Acaso no has tenido esa sensación? –no estás aquí pero me gustaría preguntártelo, de una u otra forma tienes que haber estado presente en mi sueño.

Ha sido un verano caluroso, el tibio piso de madera amortiguaba mis somnolientos pasos hacia la biblioteca. Ni siquiera tuve que encender la luz, el amanecer se filtraba etéreo entre los árboles hacia el ventanal junto a los primeros trinos de los pájaros. Me detuve a contemplar esa frágil luminosidad, es que a esa hora todo pasa tan deprisa…, pareciera que el día y la noche se abrazan enamorados en un baile que anticipan que terminará demasiado pronto.

“Vamos, ¿Qué estás buscando?  –me pregunté, apoyando las palmas de las manos en la repisa repleta de libros. Los estantes estaban atiborrados de textos, había tratado de mantener el orden por materia, Ingeniería, Ciencia Ficción, Terror, Poesía, Matemáticas, Mercadeo, Autoayuda  –me avergüenzo de eso, pero sí, he caído en comprar libros de autoayuda-, y etcétera –“Un desorden que es mi propio orden y que sólo yo entiendo –la típica frase para que nadie se meta en nuestras cosas.

Bajé la vista y exhalé deshaciéndome  de todo el aire de mis pulmones –es que dicen que la asfixia temporal activa tus neuronas por algunos milisegundos y quise ayudar a mi intuición-. Ya estando en lo que llamo  ‘La Zona’, volví a mirar la estantería y entre todos tomé un viejo libro de poemas olvidado de años atrás, lo había leído demasiado joven…, -incluso antes de conocerte.

Lo abrí con cuidado, sus hojas estaban gastadas y amarillentas, no era por el uso, había sido  el paso del tiempo. Lo recorrí con apuro, como presintiendo que lo que me había llevado hasta allí se me podía escapar, lo hice desde atrás hacia delante, las hojas abanicaron la habitación impregnándola de un olor mohoso y dulzón; a la vez que se liberaban cientos de motas de polvo que brillaban con los rayos de luz. De pronto ahí estaba, puse mis dedos sobre él y recorrí sus letras reconociéndolas, …rasguñándolas .

-¿Te puede esperar tantos años un poema? – te vuelvo a preguntar…, ya sé que no estás, pero es esta fuerza extraña la que me arranca las palabras.

La magia no actuó primero sobre mi cerebro ni mi corazón, fue por hechicería que me quemó la piel.

Quise retenerlo tomando una fotografía, que nunca necesitaré. La imagen ya es parte de mí, quedó tatuada a fuego y hielo en mis huesos.

-Un día, cuando salgas por el claro del bosque, con tus ojos de hechicera podrás leerlo en mí.