Yersinia Pestis, una pequeña bacteria había exterminado casi dos tercios de la población de Europa en el Siglo XIV. Lo mencionó sin darle mucha importancia nuestro profesor de historia mientras estudiábamos las materias relacionadas al Renacimiento, uno de los cambios culturales, sociales y técnicos más importantes de la humanidad.
Mientras el profesor hablaba del Renacimiento, yo no podía dejar de pensar en todas esas almas que habían desaparecido, en el terror, la impotencia y en el dolor. Imaginaba a las masas caminando entre medio de la podredumbre y el hedor de ciudades grises y húmedas en decadencia.
Los señores feudales que estaban “designados” por Dios para ser los dueños, guías y protectores de sus vasallos habían sido abatidos sin piedad, habían perdido la bendición, ante la Muerte Negra no eran más que plebeyos. La Fé tampoco había sido de ayuda para los sacerdotes. La Peste no supo de Dios o quizá se le rebeló. Un nuevo orden surgiría después del caos.
-Flavio, despierte –me dijo el profesor mientras se reía al mismo tiempo que mis compañeros.
-No estaba durmiendo, sólo pensaba en… -dije avergonzado.
-Primero ponga atención, si no aprende, no tendrá nada en que pensar –seguían las risas.
-Disculpe, profesor –asentí, no quería arriesgar el recreo y la expedición que haríamos a Kaprona en un rato más.
Una vez en Kaprona, Rodrigo nos guió hacia una nueva ruta, la ruta de Las Lianas la llamó.
-Te puedes mover entre los árboles como Tarzán –nos dijo entusiasmado.
Caminamos por sobre una huella que se asomaba apenas sutil por sobre húmedos pastizales. Después de mucho andar llegamos a un bosque que crecía junto a una quebrada, más abajo se distinguía un riachuelo que cristalino bajaba por entre rocas cubiertas de musgo.
Los árboles eran muy altos, no podíamos ver bien donde terminaban sus densas copas y desde ellas caían las lianas de las que nos había hablado Rodrigo.
Nos quedamos mirando el bosque con respeto, con ese silencio que sólo puede provocar una belleza virgen recién descubierta.
-Son firmes –nos dijo Rodrigo mientras daba un tirón a una de las lianas para graficarlo.
Nosotros seguíamos en silencio mirando ahora la quebrada y el riachuelo que se movía unos veinte metros más abajo.
-OoooOOOO ooooOOO ooohh!!!! –Imitando el grito de tenor de Tarzán, Rodrigo había saltado quebrada sujetando una liana con una mano.
-Este huevón se va a matar! -dijo Héctor mientras me daba un empujón, como queriendo decirme “haz algo tú”.
Cuando la liana se tensó, Rodrigo se balanceó con las piernas para tener más impulso y con la mano libre alcanzó otra liana que pendía por sobre el riachuelo, luego con un nuevo balanceo alcanzó la otra orilla de la quebrada.
-Bravo, te pasaste –le gritó Nelsón. Todos aplaudíamos.
Con una gran sonrisa Rodrigo nos saludaba desde el otro lado.
-¿Vieron? , es fácil.
-¿Fácil?, es muy peligroso –lo dije y realmente lo sigo pensando.
-No sean gallinas, es muy divertido – contestó Rodrigo desde la otra orilla, mientras hacía nuevamente su acto de trapecismo , este vez viajando de vuelta.
Nelson tomo una liana, pero dudó en tomar la siguiente y dando un giro retornó.
-Esto es de lo mejor! -exclamó y le alcanzó la liana a Héctor, quién hizo el mismo viaje que Nelson.
Después de varias pruebas con una sola liana, finalmente nos decidimos a cruzar la quebrada. Cosa que resultó ser bastante sencilla para los tres. Rodrigo nos miraba con superioridad, nos hacía indicaciones técnicas y dirigía nuestro entrenamiento.
Una vez que estuvimos en la otra orilla, Rodrigo que se había quedado atrás para asegurase que no nos acobardáramos, anunció que haría un salto más arriesgado.
-Voy a tomar vuelo y de un salto voy a agarrar la liana más alejada sin usar la primera –a esa altura le creíamos todo, así que le dimos ánimo.
Contó diez pasos hacia atrás, se escupió sus manos y después se las limpió en los pantalones. Hizo unas cuantas inspiraciones y exhalaciones profundas.
-¡Reeeespetable público, les pido silencio!, ante ustedes se presenta por primera vez y quizá la últimaaa, el hombre que inspiró a Edgar Rice Burroughs para crear al mítico Tarzán –dijo de pronto Héctor, el eco de la quebrada le daba mayor solemnidad a su anuncio.
-Este hombre fue criado entre tribus aún no descubiertas, donde se le ungió con poderes secretos provenientes de los espíritus del viento –continuó Héctor –esta veeeeez…. llevará sus talentos inhumanos a un extremo jamás visto por sus antepasados…
Entre risas aplaudíamos, no sé si a Héctor o a Rodrigo.
Héctor hizo un ademán para indicarle a Rodrigo que era el momento. Instintivamente aguantámos la respiración mientras Rodrigo corría hacia la quebrada. Dio un gran salto y con ambas manos alcanzó la liana que pendía por sobre el riachuelo, aplaudimos a rabiar… un sonido seco cortó nuestro entusiasmo, la liana cedió y Rodrigo se azotó con fuerza contra la ladera en nuestra orilla de la quebrada.
Estábamos helados, Rodrigo no se movía. Bajamos lo más rápido que pudimos.
-¿Estás bien? –le gritaba Nelson. No contestaba y percibíamos apenas un ligero temblor, como si estuviera en un shock de esos que dan en las películas cuando estás a punto de morir.
-¿Crees que esté agonizando? –Me preguntó Héctor. –No lo muevan –nos advirtió acto seguido.
Con mucho cuidado y miedo empezamos a darlo vuelta. En ese momento sentimos la risa de Rodrigo.
-Ay ay, me saqué la cresta, ja ja ja, me duelen las costillas – se quejaba y se reía. Aliviados nosotros también.
Pronto se reincorporó como si nada y subimos a ver que había de este lado. Seguimos la corriente del agua para no perdernos hasta que llegamos un lugar donde el agua se apozaba, en el centro había una isla de no más de no más de cinco metros de diámetro, en ella crecía un pequeño árbol, casi era un bonsái.
Nos sacamos los zapatos y arremangándonos los pantalones por sobre las rodillas caminamos por el agua hacia el islote. Del arbolito colgaba una fruta diminuta de color rojo que no conocíamos. Acordamos que era un lugar mágico y nos tendimos de espalda en la arena para recibir su bendición.
-Flavio, cuéntanos la historia de este lugar –me pidieron. Asentí, cerré los ojos para concentrarme y las palabras brotaron solas de mi boca:
-Yersinia Pestis –murmuré sin saber por qué.
-¿Qué dijiste? –preguntó Nelson, a él le gustaban las palabras y sonidos raros.
-Yersinia Pestis , así se llamaba la bacteria de la peste Bubónica. ¿Se dan cuenta que sin la Peste Negra, el renacimiento no habría sido posible?
-Qué estuviste fumando Flavio –se rió Héctor.
-Déjalo que siga, suena divertido –dijo Rodrigo mientras continuaba sobándose las costillas.
-La peste barrió con la idea Teocéntrica y dio paso a una nueva cultura centrada en el hombre y la ciencia. Esa energía que se le robó a millones de almas se entregó a los que quedaron para crear un nuevo ciclo de desarrollo…
-No entiendo –dijo Nelson. –¿A dónde quieres llegar?
-Recuerdan, nuestra primera clase de Física –negaron con la cabeza, pero continué –la primera Ley de la Termodinámica, dice que la Energía no se crea ni se destruye. Sólo se transfiere de un lugar a otro, solamente se necesita una acción, un catalizador para lograr ese intercambio.
Me puse de pie y alcé la voz:
-¡Este pequeño fruto que ven ahí tiene el poder de cambiar la energía! Sólo basta con desear algo y les será concedido, pero…. y hago énfasis en esto, deben tener en cuenta que lo que se les otorgue a otro le será arrebatado.
-Ja ja ja –Es la historia más huevona y mejor que te hemos escuchado Flavio.
-No sé cómo se me ocurrió – y de verdad que no lo sabía.
-¿Dices que si como la fruta puedo pedir un deseo? –preguntó Nelson.
-Eso dije -¿lo había dicho realmente yo?. –Pero no lo intentaría, esa fruta puede ser venenosa.
No terminé de decir mi última frase cuando Nelson ya se había tragado la fruta. Héctor y Rodrigo no paraban de reír.
-¿Cuál fue tu deseo? –preguntó Rodrigo.
-No lo puedo decir, además ni siquiera debe ser verdad, es una historia que inventó Flavio, sólo lo hice de broma.
Días después, la profesora de matemáticas empezó a entregar las calificaciones de nuestra primera prueba. Yo no ponía mucha atención, de verdad que no me interesaba la nota, siempre la sabía con relativa certeza, nunca la mejor, pero siempre bien, lo suficiente para que mi mamá no me exigiera estudiar, pero no tan buena como para sentirme exigido a estar en los primeros lugares.
Las pruebas se entregaban en voz alta en orden descendente de calificación. Al ser nombrado cada uno debía pararse y caminar hacia la profesora para recibir su prueba y por supuesto el comentario de aprobación o reprobación según fuera el caso.
La verdad que lo único que me interesaba era ver las sexys piernas enfundadas en esas medias negras caladas de la Srta. Mozzini . Además ya me sabía el orden de entrega de las pruebas, era demasiado predecible, primero Ana María, después Alejandra, Soledad y seguidamente Lisandro, el único de los hombres que estaba a la altura de las mejores alumnas del curso. Y así fue:
-Ana María un siete –Ana María se levantó y con la tranquilidad que da la costumbre retiró su prueba. -muy bien como siempre.
-Alejandra un siete, este año parece vas muy motivada.
-Soledad un siete…que alumna más aplicada -continuó la Srta Mozzini.
Yo solo seguía atento al cambio de cruce de piernas que la Srta. Mozzini hacia cada cierto tiempo.
-Nelson un siete.
-Wow! ¡Bieennnnn!!! -se escuchó desde el fondo de la sala, era Nelson que corría hacia adelante. Recibió la prueba y se arrodilló besándola hacia el cielo. Lo aplaudí como todos con entusiasmo, es que esa nota no era para nada común en él, más bien era del promedio para abajo.
Yo recibí mi seis correspondiente, así que todo habría sido como de costumbre, …sino se hubiera escuchado lo siguiente al final.
-Lisandro un tres.
-Ooohh -fue el coro que se escuchó por toda la sala.
Miré a Lisandro al igual que todo el curso, el caminó con vergüenza y sorpresa. Seguidamente miré a Nelson, pero el no se dio cuenta, seguía besando su siete.
El resto del año siguió igual, Nelson entreverado entre los mejores alumnos, celebrando cada resultado de rodillas y Lisandro ahora con una nueva realidad, luchaba por pasar los cursos.
Muchos años después le pregunté a Nelson por su deseo y si tenía algo que ver con sus calificaciones, sólo se rio.
-Flavio, eres el único que se acuerda de eso. Fue un cambio que sólo se dio, de un día para otro entendía todo y las notas se dieron solas. Ni mi madre se acuerda.
Pero a mi me cuesta olvidar… Yersinia Pestis.